miércoles, 14 de marzo de 2007

Un cierto pasmo vespertino

Me he quedado estupefacto cuando la señora puso los billetes, uno a uno, sobre la mesa. Lo acepto: mi primer impulso fue indignarme. Lo pensé dos veces: no era fea, era delgada, incluso olía bastante bien. Acepté. En ocasiones como esta, mi cuerpo es trasladado en rieles imaginarios, tirado por hilos imaginarios. Estamos desnudos de frente. Sigo estupefacto. Sus tetas que penden como estalactitas me han decepcionado, aunque encuentro lindas las pecas de su cuello. Me había desacostumbrado al vasto vello púbico, así que he tenido un cierto rechazo, que yo insisto natural. No he pensado en el dinero todo este tiempo, ni siquiera al encontrar una accesibilidad bastante flácida en su vagina, ni por haber prescindido del orgasmo, como era de imaginarse. Estupefacto, un poco. Su cuerpo engañaba bajo el vestido delgado, que le hacía parecer de treinta años. Odio las conversaciones post-coito. No, he dicho, en los restos finales de mi pasmo: no hago esto para vivir. - Pensé, cuando aceptaste el dinero, que era frecuente, aunque no quise decir que vivieras de esto. Apenas puedo pensar, pero alcanzo a decirle que preferiría que me dejara tranquilo, que puede marcharse cuando quiera, que ha sido espeluznante pero ya lo superaré, en ocasiones hago cosas sin pensarlas, como si fuera dirigido por una mano invisible, y termino así, como ahora, en la cama con una señora desconocida, con quien en realidad no siento ninguna atracción; le digo que ellas se dan cuenta de los momentos en que estoy pasando hambre, son precisas al aparecerse en mis escenas, como guiadas por un libretista invisible, me miran y sin pensarlo me ofrecen dinero, dicen que no tengo que dar nada a cambio y una cosa lleva a la otra, termino desnudando cuerpo secos, ásperos, derretidos, sin vida. Ella, mientras sigue mi letanía de reclamos, comienza a vestirse, indignada. No puedo detenerme. Un dramaturgo invisible expulsa mediante mi boca cien y cien reclamos, que se vuelven agresiones, que después son insultos. ¡Y llévese su puto dinero! – alcanzo a gritarle mientras le aviento los billetes desde el balcón.

No hay comentarios: