domingo, 18 de marzo de 2007

Tú y Viena

En ninguno de los mapas he podido encontrar la palabra Wien, fue lo último que dijiste, después el beso, luego tu móvil sonando desesperadamente, el ruido estrepitoso de la partida, de la huída, más tarde mi vaso chocando contra la botella, los hielos cayendo al vaso y el aroma un tanto dulzón del tabaco que fumabas y que se cuela memoria como hormigas en la nariz. Quiero irme, era todo lo que decías, sé que decías más pero se resumía en un <>, fuera el trabajo, aprender alemán, cuidar niños, todo lo resumías en el sencillo, incómodo, desafortunado y honesto <>. La maleza incómoda de tu cabello negro vuelve a flotar frente a mí. Las últimas notas de la húmeda canción resbalan por tu espalda. Crispan los poros ante tu mirada que ilumina, allá, la noche de Viena. ¿Qué es la lejanía sino la erosión de las horas? Debajo de tu nombre sigue el mío. Y creo que amanece en Viena.

miércoles, 14 de marzo de 2007

Los rescoldos de la emperatriz

Toda mujer que en algún momento haya sido emperatriz tuvo que ser bella. Ya fuera por genética, por indicación divina, por acepción, por elección popular, la emperatriz en los tiempos antiguos debía y tenía que ser bella. La tumba que se encontró en los zótanos del palacio conservaba una “figura” momificada que, según los historiadores de esa época, correspondían al cadáver de Elizabeth XVI. ‘La joven’, le llamaban tras bambalinas las doncellas, quienes admiradas por su belleza día a día preparaban meticulosamente los baños de leche y los vestuarios de seda para su ulterior conservación, adorándola en todo momento. Siempre era acompañada por una doncella que con una sombrilla le impedía al sol envejecerla y por las tardes cultivaba su espíritu con la música del piano, junto a la ventana de la sala de música, donde tomaba el té. Descafeínado por favor. No tenemos descafeínado señorita. Vale, entonces un expresso sencillo. Sí señorita. Infinidad de caballeros se quedaban sin aliento ante la majestuosa belleza de la emperatriz. ¿Cortado o sin cortar señorita? Cortado. En aquella época se creía que las brujas, al ser incendiadas vivas, no morían del todo: los rescoldos tenían que se esparcidos hacia los cuatro puntos cardinales o, de lo contrario, volverían a reunirse y, eventualmente, volvería a nacer la bruja. ¿Eh? Perdone, grano bourbon está bien o prefiere... Sí, sí, bourbon. La vulnerabilidad de los hombres era consumida por una sencilla mirada. Aquí tiene, un expresso sencillo cortado. Gracias. A finales del Siglo ¿Gusta azúcar normal? Sin azúcar, gracias. la emperatriz ya había sido nombrada en las grandes cortes europeas y por voz del pueblo su belleza se habría hecho famosa. Incluso un par de suicidios se habían rumorado ya, tras Perdone, ¿tiene fuego? Sí claro. Muchas gracias. del emperador Romaine II. Trágicas muertes vinieron con la peste. Elizabeth XVI tuvo que huir de su palacio natal para albergarse en las montañas de ¿No compra flores?, a más de 300 kilómetros de la ciudad. Durante meses Elizabeth XVI tuvo que apartarse de la música, los cantos, las reuniones y los largos paseos a caballo. Empero, siempre recibía a ¡Señoras y señores, muy buenas tardes y disculpen las molestias! ¡Venimos a ofrecerles una linda canción para alegrarles la tarde y ayudarles a saborear mejor su café! ¡Esperamos que les guste, ya que nosotros hacemos esto para poder pagarnos nuestros estudios! quien por las noches regresaba a caballo hasta la capital. Le acompañaba el primer caballero en dichas empresas, con quien mantenía un secreto vínculo de sonrisas y miradas. Fueron largos los meses de primavera que ¡Y les recordamos que su cooperación es muy bienvenida! ¡Nosotros estudiamos en la Universidad del Estado y también amenizamos reuniones, serenatas, tertulias, etc, etc! ¡Vamos a dejarles una tarjetita con nuestros datos para todos aquellos que estén interesados en nuestros servicios! ¡De ante mano muchas gracias por su paciencia, amabilidad y comprensión! Fue así como el primer caballero del emperador, quien había estado enamorado en secreto, decidió, en un arrebato ¡Hoy que llevo en la boca el sabor a vencido procuro tener a la mano un amigo que cuide tu frente y tu voz! Y guardando así su aliento en los rescoldos de la emperatriz, huyendo del palacio al amanecer y desconociéndose su paradero por el resto de los días. Esto es lo que se sabe tras encontrar apenas algunos restos de la tumba que, al parecer, corresponde a Elizabeth XVI.

Lo sencillo de los recuerdos

No me queda claro lo que quiero escribir pero los dedos comienzan a teclear ya y me viene a la memoria primero la sombra de tu aroma ovillándose entre mis dedos, el perfume de tu ciudad a las puertas de mi nariz, la terquedad de mis manos en tu cuerpo. Miro estas líneas y tonto e inocente sé qué es lo que quiero: devolverte fragancia esa noche en que nos asumíamos personajes, desconocidos, mechas a los albores de una llama que si queríamos, estallaba. No queríamos. Ahora lo tengo más claro. No era necesario el humo saliendo de nuestro cuerpo, no era necesario arrasar tu aliento, ni siquiera que nuestros cuerpos fueran como piedras lanzadas al vacío. Lo nuestro era más sencillo: descubrir por qué se había empezado a escribir la historia, esta sencilla y tonta historia, que no comenzaba apenas, cuando ya había terminado.

Un cierto pasmo vespertino

Me he quedado estupefacto cuando la señora puso los billetes, uno a uno, sobre la mesa. Lo acepto: mi primer impulso fue indignarme. Lo pensé dos veces: no era fea, era delgada, incluso olía bastante bien. Acepté. En ocasiones como esta, mi cuerpo es trasladado en rieles imaginarios, tirado por hilos imaginarios. Estamos desnudos de frente. Sigo estupefacto. Sus tetas que penden como estalactitas me han decepcionado, aunque encuentro lindas las pecas de su cuello. Me había desacostumbrado al vasto vello púbico, así que he tenido un cierto rechazo, que yo insisto natural. No he pensado en el dinero todo este tiempo, ni siquiera al encontrar una accesibilidad bastante flácida en su vagina, ni por haber prescindido del orgasmo, como era de imaginarse. Estupefacto, un poco. Su cuerpo engañaba bajo el vestido delgado, que le hacía parecer de treinta años. Odio las conversaciones post-coito. No, he dicho, en los restos finales de mi pasmo: no hago esto para vivir. - Pensé, cuando aceptaste el dinero, que era frecuente, aunque no quise decir que vivieras de esto. Apenas puedo pensar, pero alcanzo a decirle que preferiría que me dejara tranquilo, que puede marcharse cuando quiera, que ha sido espeluznante pero ya lo superaré, en ocasiones hago cosas sin pensarlas, como si fuera dirigido por una mano invisible, y termino así, como ahora, en la cama con una señora desconocida, con quien en realidad no siento ninguna atracción; le digo que ellas se dan cuenta de los momentos en que estoy pasando hambre, son precisas al aparecerse en mis escenas, como guiadas por un libretista invisible, me miran y sin pensarlo me ofrecen dinero, dicen que no tengo que dar nada a cambio y una cosa lleva a la otra, termino desnudando cuerpo secos, ásperos, derretidos, sin vida. Ella, mientras sigue mi letanía de reclamos, comienza a vestirse, indignada. No puedo detenerme. Un dramaturgo invisible expulsa mediante mi boca cien y cien reclamos, que se vuelven agresiones, que después son insultos. ¡Y llévese su puto dinero! – alcanzo a gritarle mientras le aviento los billetes desde el balcón.

sábado, 10 de marzo de 2007

Puzzle - Semincompleto

- ... y, recordando que la primera vez que nos vimos éramos muy jóvenes, me apena mucho pero, pienso que podríamos...
- no, no creo que pudieramos...
- ¡pero aún no he dich...
- aunque lo dijeras, ya sé que es...

El humo del cigarro me nublaba la vista. La sonrisa, su sonrisa de ruptura, perversa, chillante. Habíamos bebido bastante. Estábamos borrachos. Bastante. Tengo dolor de cabeza, de sólo recordarlo. El ventilador se agita.

- a veces me parece que toda la vida has jugado a traicionarme
- ¿mh?
- sí, por ejemplo, que un día decidiste tomar control sobre mi vida...
- ¿quién te ha dicho eso?
- nadie...

El zumbido de una mosca. 35 grados Celsius. Claxonazos, motores grandes. Humo. Vaso de agua con aspirinas.

- ¿por qué ha llegado él?
- ¿por qué te molesta?

Hija de puta.

- no me molesta... es que...
- lo que quieras decirme me lo puedes decir frente a él...

Doblemente hija de puta.

- no sé... creo que será mejor después...

Me levanto de la mesa. Salgo. Un golpe me resuena en la cabeza. Caigo. No sé nada más. Me despierta el sonido del ventilador, zumbando a lo alto.

jueves, 8 de marzo de 2007

Puzzle - Incompleto

La trayectoria de la bala era distinta a la determinada por el oficial. El vaso de agua supo distinto esa mañana. La estación de radio programó tangos y el periódico prescindió de la columna horoscopal. Los gatos maullaron toda la noche y un olor dulzón recorrió las ventanas antes del amanecer. Ella salió muy temprano de su casa y no olió a huevos fritos a la hora del desayuno. La pistola fue encontrada a unos metros de la entrada principal. Un dedo roído también. Pedazos de dientes incluso. Ella manejó mientras terminaba de amanecer. La vecina tocó la puerta varias veces después de escuchar el disparo. Se encontraron restos de vidrio. El cianuro desapareció a las pocas horas, disolviéndose en el organismo. Se encontraron dos vasos vacíos con restos de whiskey. Ella fue vista en una gasolineria, fuera de la ciudad, por la madrugada. No se encontró el casquillo de la bala. El café estaba derramado en el piso. Se escucharon pasos en la madrugada. Hace mucho vive sólo el señor, dijo la vecina del departamento de abajo. Nunca olía a café, en esa casa nunca olía a café, dijo la vecina del contiguo. Las ventanas estuvieron corridas desde días antes, dijo una vecina, que vivía en una casa cuya fachada se enfrentaba al departamento. El portero cree haber escuchado gritos. La hija del fallecido salió del país. Se encontraron restos de sémen en la cocina. Una taza rota, media toronja en el refrigerador. Salvo la bala en la sien, el cuerpo se encontraba intacto.

Instantáneas de un desierto

1
Un día vino un señor y pidió una cerveza, caliente. Todos lo miraron, con esos ojos que sudan en el calor del desierto. Nadie, en su sano juicio, haría eso. Alguien habrá pensado en el peyote. La señora de las tortas se rió, discretamente. Las moscas zumbaban y su vuelo se asfixiaba, entre un olor a carne seca, coca cola hirviente y el asfalto, afuera, en ebullición. El señor de la cerveza caliente se sentó, sudando ríos, desfalleciendo. Alguien se acercó al hombre y miró su cabeza, que ya descansaba sobre sus antebrazos y estos sobre la barra. Un leve hilo de sangre dejaba un rastro por su nuca y goteaba ya en el piso.

2
El hombre se detiene a la orilla de la carretera. Apaga el coche. Sale. Sus gafas oscuras reflejan el sol, los eternos horizontes de arena, las cactàceas. Suspira. Entra en el desierto. El sol y sus infinitas partículas se estrellan y alojan en su piel, que ya ennegrece. Escucha el serpenteo, el silencio. Escucha un motor acercándose. Voltea. Mira a los hombres de la camioneta negra, aparcando junto a su coche.

3
A más de 100 km/h

Otro caballero

Un caballero, también de grandes esperanzas, decidió que su vida tenía que terminar a los 50 años justos. La decisión la tomó, paradójica, accidental e intempestivamente, el día que cumplió justo 25 años. Decidió que viviría su vida de manera hedonista, habiendo leído las biografías de grandes personajes que, durante su corta vida, habían hecho frugacidades al colmo del éxtasis, de bordear, cruzar y recorrer las fronteras que las sociedades occidentales se habían dibujado por siglos. A unos días de cumplir 25, el caballero decidió que la corte era una isla a la cuál tenía que llegar. Las inclemencias de la vida cortesana le obligaron a cambiar los aspectos más básicos de su cotidianeidad: despertarse antes del amanecer para preparar los recipientes con perfume, las palanganas con agua extraída del manantial de Wore, preparar el nuevo traje que el sastre O’Higgins le habría confeccionado apenas una semana atrás. Desayunaría un té negro con algunas flores que la señora Karl le servía y miraba a través de la ventana las extensas alfombras de la verde campiña. Le gustaba vivir en una imagen pictórica. Le gustaba adivinar acertijos, jugar al catch a thief, las reuniones con té, licores y elucubraciones detectivescas en torno a un asesinato ficticio. Un día, la mujer del caballero de 30 años y grandes esperanzas, decidió ser la víctima ficticia. El caballero, que sufría de dolores de cabeza después de algunas copas ingeridas, decidió esa noche ir a dormir un poco temprano, aunque fuera en contra de su filosofía: Memento mori. Eso había soñado la noche anterior: caminaba, entre lodo y frío, entre tumbas, buscando. Llegaba a una que tenía su nombre grabado y la locución: Memento Mori. Dios altísimo, pensaba. Las reuniones con Madame Reins y su séquito solían terminar a la salida del sol del día siguiente. La mujer del caballero esa noche fue víctima de un asesinato brutal. Durante 5 años el caballero de grandes esperanzas no pudo volver a amar a otra mujer. Se encarcelaron a algunos culpables, otros huyeron. El caballero se mudó de país. Había traficado lo suficiente para vivir con acomodo, lejos. En París conoció poetas, putas y filósofos. Descubrió que su sexualidad podía ir más allá de las putas y optó durante un tiempo por los poetas...

domingo, 4 de marzo de 2007

Instantáneas de un bosque

El hacha parte la cabeza en dos. Ella ha quedado muda. Los árboles se sacuden estrepitosamente. La sangre surca, helada. El robo ya es olvido. El ahora verdugo la mira. Ella corre. Él tiene una erección. Ella corre más. Su vagina reventará, piensa él. Igual que su cuello. Irreductiblemente.