viernes, 23 de noviembre de 2007

Funeral

Desde las 6 AM el café borboteaba cayendo sobre el recipiente transparente. Apenas se había llenado cuando la mano, detallada en uñas de color rojo-carmín, extraía la jarra para servirse en un vaso blanco de unicel. Silvia estuvo a punto de estornudar antes de tomar del vaso pero no creyó que sería el Invierno la causa, ni el suéter en la cajuela del coche; acaso haber pasado la noche frente al ferétro de su padre, escuchando apenas el rumor de las otras salas funerarias, acurrucarse e intentar soñar, apenas con una frazada encima, ya sin detenerse a atender el silencio de su padre yaciente, muerto, sin importarle nada. Dejó el vaso en la mesa para frotarse la nariz con un kleenex sucio y tallarse los ojos con la mano derecha. Vibró la bolsa de su pantalón. Decidió no contestar, no a las 7 AM, no responder reclamos y dóndehasestados, no un día después en que tendría que explicar al resto de la familia el accidente, la pena, los trámites, el duelo, la ausencia de la madre y los hermanos, cuáles serían los horarios de misas y evitar explicar que no creía en ellas y así una lista de trámites legales que proceder. El celular siguió vibrando hasta cansarse. Escuchó un beep y pensó con alivio que la batería se agotaría pronto. Como su padre. Sintió lo mismo cuando por primera vez, no sabía creerlo, no podía estar él ahí muerto en esa sala. Retrocedió unos pasos, con el café en la mano. Un hombre por sí sólo no es capaz de morir, necesita de alguien más, una hija que no sepa hacer nada, una enfermera, un cura, un enterrador, alguien lo suficientemente estúpido para que tenga que cuidar al muerto durante toda una noche, para cuidar a alguien que ya no sirve para nada. Resopló enojada y volvió a la sala. El féretro seguía ahí. Ya habían llegado dos tías, María Luisa y Margarita, las más grandes, las que más canas tenían y que se descubrián lentamente quitándose los velos negros. El rumor de las pleñideras de la sala contigua comenzó con las palabras del sacerdote, que justo entraba en ese momento. Saludó a las tías de beso, ellas lloraron y ella suspiró para su interior. Se miraron entre sí y fueron a sentarse. Ella las siguió, sentada en el primer sillón, junto a la única entrada a la sala. Dos velas temblaban junto al ferétro y al sentarse las tías una de las velas se apagó. Silvia las miró un largo tiempo, buscando un recuerdo: ¿De quién eran hermanas? ¿De su padre? ¿De su madre? Las había visto, estaba segura que sí, incluso la fisonomía de la cara, esa nariz un tanto aguileña, los pómulos un poco alzados... intentado recordar detrás del velo qué color de ojos tendrían. Instintivamente se llevó las manos al rostro y trató de imaginarlo, buscando algún rasgo en común. Cerró los ojos y se adivinó. Al abrirlos miró a las tías que la miraban, en silencio. Les otorgó una fugaz sonrisa para después levantarse y salie. ¿Quiénes eran? Ahora que lo pensaba mejor, ¿no serían Norma y Trinidad? ¿O Lucha y María del Pilar? Casi no hay café, habrá que pedir más. Santa maría, madre de dios... ¿Por qué habrá tanta gente? Los muertos son más populares que los vivos. ¿Serán las hermanastras de mi tía Lucero? ¿O las primas de mi tía Esperanza? Llegaron entonces Norma y Trinidad, abrazándola, Silvia, mi chiquita, mi Chivis preciosa, pobrecita. Y las manos sobre las mejillas y las lágrimas en esas manos. Gracias tía Norma, gracias tía Trini. Sí por favor, pasen. Y esperó escuchar palabras de reconocimiento, Luchita, Pily, tanto tiempo... qué tristeza... Tras un suficiente silencio entendió que tampoco se conocían. ¿Serán las primas Eugenia y Josefina que se fuero hace tantos años? ¿Por qué ese señor se rasca la nariz? ¿Quién servirá más café? Su tío Toño y su esposa Jimena entraron. Un pequeño rayo de sol entraba por una de las ventanas de la fachada y había podido ver sus siluetas antes de cruzar. Silvita, querida, estamos contigo... mi pobre hermano. Hola, gracias, sí, aquí estuve la noche, sí el frío de Diciembre, ¿Navidad? No sabría... Gracias, son ustedes muy amables, gracias. Entraron. Tampoco escuchó el saludo hacia las dos desconocidas. Norma y Trinidad lloraron en el hombro de Toño. Lo supo porque no había en quién más llorar, era el hombro de la familia, el último hermano vivo. Y nada más. Ni siquiera un cuchicheo a las tías sospechosas. No quiso entrar más a la sala. Pancho y sus dos hijos pequeños llegaron, el abrazo fue tan emotivo que una de las viejitas de la sala contigua suspiró. El silencio crujía una y otra vez entre las palabras de aliento. Al mediodía ya había más de medio centenar de familiares, amigos y desconocidos, pero ninguna mención a las dos ancianas. La caravana al cementerio llevó unos minutos apenas y el sepelio no tardo más de 2 horas. Las recordó mientras las palas tiraban los últimos puños de tierra y por fin una lágrima le arañaba la mejilla. El sol de las cuatro de la tarde quemaba el pasto y los epitafios. Alzó la vista y se encontró nuevamente sola, con las ancianas acompañándola. Con cuidado les quitó los velos, las canicas de las hendiduras de los ojos, los torsos rellenos de hulespuma. El velador del panteón miró salir una mujer caminando con dos muñecas desarmadas en sus brazos antes de cerrar la puerta.

sábado, 10 de noviembre de 2007

ST

Me gustas a las cuatro a.m., cuando te imagino acostándote a dormir, con una pequeña luz cortando la limpia fotografía de tu cara, con crema o sin crema, cerrando los ojos, apenas abriéndolos, casi soñando, como queriendo cerrar el mundo con un bostezo. Me gustas cuando te imagino sonriendo, escuchando el rumor de tu habitación, entrando en las cobijas como en una cueva, dispuesta a soñar, si hay suerte y viento, los tulipanes que te tocarán el rostro mientras duermes.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Lo innecesario

En ocasiones podría ser un amanecer: hay días que no necesitan sol. Incluso hay días que no necesitan ser días, mejor sería pasar el calendario al día siguiente. Una taza de agua con azúcar. El chat al amanecer. Pensar en lo que jamás sucederá. Escribir pequeñitos poemas en servilletas que se irán en las bolsas del pantalón a la lavandería. Fumar un cigarro después del otro, olvidando el sabor del primero. Recordar lo que no se hizo. Mirar fotografías de gente que jamás conocerás. Abrir un libro para cerrarlo a la segunda página. Tener la esperanza de una vida depositada en el sueño de la noche anterior. Despertar de ese sueño. Sentarse sólo ante una sala de cine. Mirar películas de la época de oro. Pensar que puede cambiar. Bañarse con agua caliente. Comprar más de 2 paquetes de cigarros en un mismo día. Comprar un mapa de un país cuya distancia de recorrido es igual a la de la provincia donde uno vive. Reir sin compañía. Escribir blogs, casi siempre.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Tu nombre cOncavo

A vos

Tu nombre y después el mismo nombre cóncavo, como una pequeña cuna donde reposen mis brazos hacia arriba y mis palmas hacia abajo, como la espalda de las cosas que olvido y que tienen que ver con los besos que imagino nos esperan, como un par de espías de cuello alto y lentes oscuros mirándonos desde una esquina, par de tarados caminando en direcciones contrarias, esperando el uno al otro. Tu nombre y antes el tuyo, antes de conocerlo y encontrarlo como si fuera el mío, como si antes del aliento hubiera luz y antes de la luz tus ojos.

domingo, 28 de octubre de 2007

ST

Casi cerca, casi mi nombre, casi el tuyo que es casi el mio, o viceversa, o al revés frente a un espejo, o en el reflejo de un lago, como dos lunas que son la misma y tiemblan como una sola mano, como tu mano que casi encuentra la mía, como una sombra que huye y otra me mira, como un temblor de hojas que encuentran otras hojas, como dos violines que nunca suenan, como un piano frente a otro piano, como el escenario vacío que sólo tu voz llena, muy cerca, casi nuestros nombres, como un pliego que ha sido guardado por cien años, como el beso que no ha sido besado.

jueves, 25 de octubre de 2007

Cenizas para Michael

Aquí tiene, dijo el señor vestido de negro, con la cara gris y la sombra de un crucifijo cayéndole a medio rostro. Las sombras se hicieron para vernos partir, pensó mientras recibía las cenizas de su padre en una vasija de un material que no era mármol. El viento rebotaba en la esquina última de la casa, dejando como resto un silbido suave, un dolor de cuerpo que hasta ahora lo hacía desmoronarse, la rodilla después del accidente. La bombilla encendida a la salida de la funeraria le recordó que ya había anochecido.

martes, 25 de septiembre de 2007

A peticion tuya

Si he cerrado la ventana y reducido la potencia de la luz, ha sido sólo a petición tuya. Igual que narrarte este cuento que inicia con una ventana cerrándose y un inevitable viaje a la oscuridad de mi habitación, al retumbar del silencio entre cuatro paredes: norte y sur, sur y norte. Si, acaso, mi mano se quedara callada a la mitad de tus ojos, será también a petición tuya, lo mismo que silenciar a mitad de la página, que es la mitad de este cuento, justo cuando nos confundimos de mano, de protagonista, incluso de narrador. El hecho estricto de que el cuento continúe como una hoja que va cayendo a lo largo de la noche, que caiga sobre tu espalda o sobre tu vientra, será, única y solamente, si tú lo pides. Si vuelves a cerrar los ojos y te concentras lo suficiente, este cuento será un fragmento de tu vida. Y también (a petición tuya) el cuento seguirá infinitamente hasta que, cuando lo pidas, tomes la mano del que lo escribe y pidas el punto final.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Un cuento de copias

Últimamente mis días se han vuelto en un ejercicio de copiarlo todo. A la mañana tengo que copiar correos electrónicos que tengo que reenviar a mis colegas trabajadores. Después tengo que copiar discos y dvd’s y enviarlos a otros colegas para que ellos a su vez hagan sus copias a quienes las necesiten. Por la mañana copio las actitudes de los que trabajan a mi lado y tomo café y como galletas igual que ellos. Cuando salgo a la calle copio los sonidos de los otros autos y tocó el claxon frenéticamente, igual que los automovilistas que están a mi lado. En casa copio las recetas de cocina que me heredó mi mamá y abro las mismas latas de sopa y preparo las mismas pizzas de microondas. Por la tarde copio lo que hacía mi papá cuando estaba vivo y veo la televisión hasta que copio su forma de quedarme dormido en su sillón, babeando mi hombro izquierdo. En la noche copio los recados de las llamadas que se quedan en mi buzón de voz y los teléfonos en papelitos blancos. Cuando salgo por la noche copio la voz de mis hermanos y hago citas con su nombre. Al llegar a un bar copio la forma de vestir de Abel, mi hermano menor, y a su novia le gusta cómo lo copio. A la mañana siguiente mi jefe copia la forma de regañar de mi jefe anterior y utiliza las mismas palabras para decirme que he llegado tarde por 3ª. vez consecutiva y que tiene que correrme. Entonces yo salgo a la calle y copio lo que sucedió la semana pasada, milimétricamente vuelvo a entrar a mi oficina y a sentarme en mi sillón, pero los guardias de seguridad copian lo aprendido en los cursos de capacitación y me llevan preso a las cárceles que los carcelarios han copiado por décadas. Ahí dentro la luz se copia a sí misma diariamente, hasta que después de meses un abogado que copia a su maestro mas sagaz apela a mi libertad copiando las palabras “demencia” y “transferencia” e “institución mental” y después de copias y copias de oficios y firmas hago lo que nunca he hecho: salgo libre, sin copiar a nadie.

lunes, 2 de abril de 2007

Stephen y el esclavo

El interior del faro apenas tenía la suficiente luz como para iluminar las escaleras que se perdían hacia el interior de una boca cilíndrica, cuyas paredes frías y húmedas desprendían un olor a mar encerrado por siglos, igual que el olor de los que ahí habitaban. Las olas rompían del otro lado de las paredes. Casi amanecía cuando Stephen hundió sus manos en la masa por vez primera. El sonido de las cadenas contra la escalera metálica se volvía ensordecedor mientras iba subiendo el esclavo, arrastrando su aliento a cada paso, gimiendo e implorando en algo que alguna vez fue un idioma. Hace años que no viene un barco, reflexionó Stephen mientras le extendía una mano al esclavo para terminar de subir las escaleras – no sé por qué te sigo manteniendo. El esclavo hizo un sonido de afirmación y después siguió apretando los dientes en silencio. Stephen lo miró caminar hasta la vela y reducir el ministro de combustible, hasta que el faro se apagó por completo. La hornilla estaba caliente ya. Stephen extendía la masa en la parrilla. - ¿Tienes hambre? – le preguntó. El esclavo respondio con el mismo gemido. Dos platos, té y un par de servilletas. Amanecía ya. El gato llegó, como casi cada mañana, con un pájaro sangrando entre los dientes. Stephen ya no hizo un esfuerzo por regañarlo: masticaba en silencio, mirando al esclavo comer con las manos, muy lentamente, el pelo cayéndole por la cara, la barba casi manchándose con la miel. Un leve cosquilleo recorrió el pecho de Stephen. Miró resplandecer la hoja de la navaja de afeitar. Miró donde estaría el cuello del esclavo. Siguió masticando y pensando, tan lento que casi masticaban el esclavo y él al mismo ritmo, mimetizándose con el ritmo del mar, con la cadencia de las olas que se estrellaban con menos fuerza, cada vez con menos fuerza mientras el día, reflejándose en la navaja, comenzaba a amanecer.

11:59

11:59

La manecilla indica el minuto previo a las 12. Joaquín me pone la mano en el hombro. La ciudad desde tal altura no es la ciudad que vivimos a diario, la de los olores, la de la multiplicidad de razas, como en mi sueño en que todos se detenían y orinaban al mismo tiempo. Joaquín sonríe. El río Hudson[1] va hacia el Océano y desde lo alto las velas de los barcos se ven inútiles. – Ya es hora – dice Joaquín con su voz ronca, de asperidad desconocida por mí hasta este momento, en el que entiendo cual es su plan, si es que <> puede llamársele. La corriente del río se detiene en una serie de altas compuertas, lo cual mantiene su serenidad. Hacer explotarlas, para mí, no es el mejor plan. Los pequeños botes navegan como en un videojuego, automáticamente. Joaquín ya había decidido ser terrorista antes que empresario y eso me atrajo a él. Tomados de la mano, a cientos de metros de altura, comienzo a dudar de si mi atracción es del todo coherente. Casi ninguna mujer con la que haya platicado se enamoró de un tipo políticamente incorrecto. Este país los ahuyenta a todos. Joaquín mira con sus ojos verdes casi irlandeses. A lo lejos el Océano despierta. El plan, hurdido por él, es tan simple con inocuo: que se vaciara el Hudson y se fuera todo al Océano. O a la mierda. No sé por qué, empiezo a temblar al momento de ponerme la mano en el hombro... todo el tiempo, desde que comentó por primera vez su plan, con voz muy baja, aliento a cerveza y cigarrillos negros, imaginé que era un tarado. A veces, cuando comíamos, me contaba cómo crearía un desastre financiero la huída del Hudson. ¿A quién carajos se le podía ocurrir semejante estupidez? me preguntaba mientras lo besaba. Corríamos como niños bobos por las calles de piedra rojiza, nos robábamos sólo ciertos libros, bebíamos el té de un solo origen. El plan, siempre, era lo único que tenía como esperanza y por ello soportaba: los planos, los tiempos muertos, las fotografías de los empleados portuarios. ¿Alguna vez escuchaste hablar a un loco, un payaso, un mal actor? le preguntaba mientras sonreía, preparándole tostadas con miel de maple. Sí, como yo, respondía irónico. Joaquín se burlaba de mis burlas, como un espejo deforme y sucio. La niña rica, la nueva artista, la doctora en el periódo clásico de la grecia antigua. Sí, le respondía con pequeños golpes en los hombros, arañazos, arranques de ropa; así descubrí su tatuaje, que hasta ahora no me ha interpretado. El Hudson parece correr lento, aunque no corra, flota, su movimiento parece oscilar. Los pequeños botes navegan inocentes, desenfadados. Joaquín llama por teléfono, responde con frases cortas, como finiquitando algo. No sé por qué pero comienzo a temblar. Ahora lo afirmo: tengo miedo. Joaquín cuelga y sonríe nuevamente. ¿Quién era? pregunto como dice él que preguntan todas las mujeres en cierto momento. Nadie, contesta y me toma de la mano, apretándola, mientras la manecilla se arrastra hacia la derecha, marcando las 12.

[1] O como se llamara, Hudson era un nombre que me gustaba para un río, como Faulkner.

Los sonidos del amanecer

Una grúa de varias toneladas. El chillar de un viejo camión. Los neumáticos sobre el asfalto. El lejano zumbido del generador eléctrico. La licuadora. La lavadora girando dentro de sí misma. El radio del vecino. El agua de la regadera. La bomba que surte de agua al edificio. La campana de la basura. El pasador de la puerta del garage rechinando de tanto óxido. Un motor del ’85 encendiendo. El agua de la regadera cayendo por la tubería. Siempre una lejana sirena. Un helicóptero, cercano, que se aleja. El sonidos de las pantuflas de la vecina bajando por la escaleras. Algunas herramientas cayendo. El timbre de una casa, chirriando. Un sobre cayendo al buzón.

Anuncio de Televisión

(Favor de remitirse a Fast Life para referencia: http://adriangonzalezcamargo.spaces.live.com)

Señor, señora... ¿Ha tenido alguna vez la duda de saber si realmente usted es usted o usted es alguien más viviendo en un cuerpo ajeno? ¿Ha deseado intensamente salir de su cuerpo para después entrar en otro totalmente distinto al suyo? ¿Ha envidiado la vida de alguien más? Fast Life, la primera empresa, avant-garde en nuestros servicios, se compromete con esos sueños que hasta ayer eran imposibles y que mañana serán cotidianos. Un servicio sin riesgos de padecer efectos secundarios dañinos, tanto físicos como psíquicos, garantizándole bzzzzzbzbzzzzzzzzzbzbzzzzzz sin decepcionarle o la completa devolución de su inversión. Fast Life es la primera empresa en ofrecer la experiencia de vivir una vida completamente distinta a la suya bzbzbzzzbzbzzbzbzzzzz

Entrevista con un cartero

Sí señor, correspondencia hay poca. Poco importa ya: la gente ya no existía desde hace mucho.

Estos días, parte 2

Hubieron tiempos mejores para estas casas, dice el intendente del municipio mientras pateo una piedra que va a dar hasta el zaguán de una casa y golpea estrepitosamente la lámina. Afirmo con un desabrido mh mh, mientras un par de borrachos se acercan a saludar. Me cuesta trabajo creer que el sol maldito del mediodía no haya tumbado todavía a estos. Vayan con Dios, los despide amablemente el intendente y la señora del número 76 nos sonríe mientras cruzamos por el frente de su casa. El polvo que se levanta tras barrer nos hace toser, pero aún así el intendente va a saludarla de mano y preguntarle por su madre enferma. Pocos días. Sigo pensando en la respuesta mientras pedimos la cerveza en la barra. ¿Qué será eso de tener pocos días de vida? Al intendente le vuelven a servir un mezcal y ¿para mí? creo que ha sido suficiente. La noche se ha quedado fría. El intendente se ha besuqueado con las dos prostitutas y me cuesta trabajo regresar al hotel. Incluso no recuerdo cómo regreso. Al despertar reviso las fotografías en mi cámara y no recuerdo quiénes son las personas que he fotografiado, saludando al intendente, saludándome a mí, brindando con nosotros. Tampoco recuerdo la mujer cuyos labios han manchado el lente de mi cámara... incluso desconozco las manchas, no había visto el corpiño. El intendente yace en el suelo, aún borracho. El interrogatorio intenta hacer una secuela de las acciones aunque en realidad no tengo las respuestas a todo. Supongo que la gente desaparece, así, sin dejar rastros de sangre. El intendente se quedó en la cantina y yo me regresé a pie hasta mi hotel. No señor, le juro por mi madre que no recuerdo más. Ahora tendrán que traer a otro intendente, claro. No será fácil señor, me dice el sargento. Claro. Es que usted sabe, ya van tres en el año que desaparecen y después cuesta trabajo que alguien quiera ser intendente. Claro, digo.

domingo, 18 de marzo de 2007

Tú y Viena

En ninguno de los mapas he podido encontrar la palabra Wien, fue lo último que dijiste, después el beso, luego tu móvil sonando desesperadamente, el ruido estrepitoso de la partida, de la huída, más tarde mi vaso chocando contra la botella, los hielos cayendo al vaso y el aroma un tanto dulzón del tabaco que fumabas y que se cuela memoria como hormigas en la nariz. Quiero irme, era todo lo que decías, sé que decías más pero se resumía en un <>, fuera el trabajo, aprender alemán, cuidar niños, todo lo resumías en el sencillo, incómodo, desafortunado y honesto <>. La maleza incómoda de tu cabello negro vuelve a flotar frente a mí. Las últimas notas de la húmeda canción resbalan por tu espalda. Crispan los poros ante tu mirada que ilumina, allá, la noche de Viena. ¿Qué es la lejanía sino la erosión de las horas? Debajo de tu nombre sigue el mío. Y creo que amanece en Viena.

miércoles, 14 de marzo de 2007

Los rescoldos de la emperatriz

Toda mujer que en algún momento haya sido emperatriz tuvo que ser bella. Ya fuera por genética, por indicación divina, por acepción, por elección popular, la emperatriz en los tiempos antiguos debía y tenía que ser bella. La tumba que se encontró en los zótanos del palacio conservaba una “figura” momificada que, según los historiadores de esa época, correspondían al cadáver de Elizabeth XVI. ‘La joven’, le llamaban tras bambalinas las doncellas, quienes admiradas por su belleza día a día preparaban meticulosamente los baños de leche y los vestuarios de seda para su ulterior conservación, adorándola en todo momento. Siempre era acompañada por una doncella que con una sombrilla le impedía al sol envejecerla y por las tardes cultivaba su espíritu con la música del piano, junto a la ventana de la sala de música, donde tomaba el té. Descafeínado por favor. No tenemos descafeínado señorita. Vale, entonces un expresso sencillo. Sí señorita. Infinidad de caballeros se quedaban sin aliento ante la majestuosa belleza de la emperatriz. ¿Cortado o sin cortar señorita? Cortado. En aquella época se creía que las brujas, al ser incendiadas vivas, no morían del todo: los rescoldos tenían que se esparcidos hacia los cuatro puntos cardinales o, de lo contrario, volverían a reunirse y, eventualmente, volvería a nacer la bruja. ¿Eh? Perdone, grano bourbon está bien o prefiere... Sí, sí, bourbon. La vulnerabilidad de los hombres era consumida por una sencilla mirada. Aquí tiene, un expresso sencillo cortado. Gracias. A finales del Siglo ¿Gusta azúcar normal? Sin azúcar, gracias. la emperatriz ya había sido nombrada en las grandes cortes europeas y por voz del pueblo su belleza se habría hecho famosa. Incluso un par de suicidios se habían rumorado ya, tras Perdone, ¿tiene fuego? Sí claro. Muchas gracias. del emperador Romaine II. Trágicas muertes vinieron con la peste. Elizabeth XVI tuvo que huir de su palacio natal para albergarse en las montañas de ¿No compra flores?, a más de 300 kilómetros de la ciudad. Durante meses Elizabeth XVI tuvo que apartarse de la música, los cantos, las reuniones y los largos paseos a caballo. Empero, siempre recibía a ¡Señoras y señores, muy buenas tardes y disculpen las molestias! ¡Venimos a ofrecerles una linda canción para alegrarles la tarde y ayudarles a saborear mejor su café! ¡Esperamos que les guste, ya que nosotros hacemos esto para poder pagarnos nuestros estudios! quien por las noches regresaba a caballo hasta la capital. Le acompañaba el primer caballero en dichas empresas, con quien mantenía un secreto vínculo de sonrisas y miradas. Fueron largos los meses de primavera que ¡Y les recordamos que su cooperación es muy bienvenida! ¡Nosotros estudiamos en la Universidad del Estado y también amenizamos reuniones, serenatas, tertulias, etc, etc! ¡Vamos a dejarles una tarjetita con nuestros datos para todos aquellos que estén interesados en nuestros servicios! ¡De ante mano muchas gracias por su paciencia, amabilidad y comprensión! Fue así como el primer caballero del emperador, quien había estado enamorado en secreto, decidió, en un arrebato ¡Hoy que llevo en la boca el sabor a vencido procuro tener a la mano un amigo que cuide tu frente y tu voz! Y guardando así su aliento en los rescoldos de la emperatriz, huyendo del palacio al amanecer y desconociéndose su paradero por el resto de los días. Esto es lo que se sabe tras encontrar apenas algunos restos de la tumba que, al parecer, corresponde a Elizabeth XVI.

Lo sencillo de los recuerdos

No me queda claro lo que quiero escribir pero los dedos comienzan a teclear ya y me viene a la memoria primero la sombra de tu aroma ovillándose entre mis dedos, el perfume de tu ciudad a las puertas de mi nariz, la terquedad de mis manos en tu cuerpo. Miro estas líneas y tonto e inocente sé qué es lo que quiero: devolverte fragancia esa noche en que nos asumíamos personajes, desconocidos, mechas a los albores de una llama que si queríamos, estallaba. No queríamos. Ahora lo tengo más claro. No era necesario el humo saliendo de nuestro cuerpo, no era necesario arrasar tu aliento, ni siquiera que nuestros cuerpos fueran como piedras lanzadas al vacío. Lo nuestro era más sencillo: descubrir por qué se había empezado a escribir la historia, esta sencilla y tonta historia, que no comenzaba apenas, cuando ya había terminado.

Un cierto pasmo vespertino

Me he quedado estupefacto cuando la señora puso los billetes, uno a uno, sobre la mesa. Lo acepto: mi primer impulso fue indignarme. Lo pensé dos veces: no era fea, era delgada, incluso olía bastante bien. Acepté. En ocasiones como esta, mi cuerpo es trasladado en rieles imaginarios, tirado por hilos imaginarios. Estamos desnudos de frente. Sigo estupefacto. Sus tetas que penden como estalactitas me han decepcionado, aunque encuentro lindas las pecas de su cuello. Me había desacostumbrado al vasto vello púbico, así que he tenido un cierto rechazo, que yo insisto natural. No he pensado en el dinero todo este tiempo, ni siquiera al encontrar una accesibilidad bastante flácida en su vagina, ni por haber prescindido del orgasmo, como era de imaginarse. Estupefacto, un poco. Su cuerpo engañaba bajo el vestido delgado, que le hacía parecer de treinta años. Odio las conversaciones post-coito. No, he dicho, en los restos finales de mi pasmo: no hago esto para vivir. - Pensé, cuando aceptaste el dinero, que era frecuente, aunque no quise decir que vivieras de esto. Apenas puedo pensar, pero alcanzo a decirle que preferiría que me dejara tranquilo, que puede marcharse cuando quiera, que ha sido espeluznante pero ya lo superaré, en ocasiones hago cosas sin pensarlas, como si fuera dirigido por una mano invisible, y termino así, como ahora, en la cama con una señora desconocida, con quien en realidad no siento ninguna atracción; le digo que ellas se dan cuenta de los momentos en que estoy pasando hambre, son precisas al aparecerse en mis escenas, como guiadas por un libretista invisible, me miran y sin pensarlo me ofrecen dinero, dicen que no tengo que dar nada a cambio y una cosa lleva a la otra, termino desnudando cuerpo secos, ásperos, derretidos, sin vida. Ella, mientras sigue mi letanía de reclamos, comienza a vestirse, indignada. No puedo detenerme. Un dramaturgo invisible expulsa mediante mi boca cien y cien reclamos, que se vuelven agresiones, que después son insultos. ¡Y llévese su puto dinero! – alcanzo a gritarle mientras le aviento los billetes desde el balcón.

sábado, 10 de marzo de 2007

Puzzle - Semincompleto

- ... y, recordando que la primera vez que nos vimos éramos muy jóvenes, me apena mucho pero, pienso que podríamos...
- no, no creo que pudieramos...
- ¡pero aún no he dich...
- aunque lo dijeras, ya sé que es...

El humo del cigarro me nublaba la vista. La sonrisa, su sonrisa de ruptura, perversa, chillante. Habíamos bebido bastante. Estábamos borrachos. Bastante. Tengo dolor de cabeza, de sólo recordarlo. El ventilador se agita.

- a veces me parece que toda la vida has jugado a traicionarme
- ¿mh?
- sí, por ejemplo, que un día decidiste tomar control sobre mi vida...
- ¿quién te ha dicho eso?
- nadie...

El zumbido de una mosca. 35 grados Celsius. Claxonazos, motores grandes. Humo. Vaso de agua con aspirinas.

- ¿por qué ha llegado él?
- ¿por qué te molesta?

Hija de puta.

- no me molesta... es que...
- lo que quieras decirme me lo puedes decir frente a él...

Doblemente hija de puta.

- no sé... creo que será mejor después...

Me levanto de la mesa. Salgo. Un golpe me resuena en la cabeza. Caigo. No sé nada más. Me despierta el sonido del ventilador, zumbando a lo alto.

jueves, 8 de marzo de 2007

Puzzle - Incompleto

La trayectoria de la bala era distinta a la determinada por el oficial. El vaso de agua supo distinto esa mañana. La estación de radio programó tangos y el periódico prescindió de la columna horoscopal. Los gatos maullaron toda la noche y un olor dulzón recorrió las ventanas antes del amanecer. Ella salió muy temprano de su casa y no olió a huevos fritos a la hora del desayuno. La pistola fue encontrada a unos metros de la entrada principal. Un dedo roído también. Pedazos de dientes incluso. Ella manejó mientras terminaba de amanecer. La vecina tocó la puerta varias veces después de escuchar el disparo. Se encontraron restos de vidrio. El cianuro desapareció a las pocas horas, disolviéndose en el organismo. Se encontraron dos vasos vacíos con restos de whiskey. Ella fue vista en una gasolineria, fuera de la ciudad, por la madrugada. No se encontró el casquillo de la bala. El café estaba derramado en el piso. Se escucharon pasos en la madrugada. Hace mucho vive sólo el señor, dijo la vecina del departamento de abajo. Nunca olía a café, en esa casa nunca olía a café, dijo la vecina del contiguo. Las ventanas estuvieron corridas desde días antes, dijo una vecina, que vivía en una casa cuya fachada se enfrentaba al departamento. El portero cree haber escuchado gritos. La hija del fallecido salió del país. Se encontraron restos de sémen en la cocina. Una taza rota, media toronja en el refrigerador. Salvo la bala en la sien, el cuerpo se encontraba intacto.

Instantáneas de un desierto

1
Un día vino un señor y pidió una cerveza, caliente. Todos lo miraron, con esos ojos que sudan en el calor del desierto. Nadie, en su sano juicio, haría eso. Alguien habrá pensado en el peyote. La señora de las tortas se rió, discretamente. Las moscas zumbaban y su vuelo se asfixiaba, entre un olor a carne seca, coca cola hirviente y el asfalto, afuera, en ebullición. El señor de la cerveza caliente se sentó, sudando ríos, desfalleciendo. Alguien se acercó al hombre y miró su cabeza, que ya descansaba sobre sus antebrazos y estos sobre la barra. Un leve hilo de sangre dejaba un rastro por su nuca y goteaba ya en el piso.

2
El hombre se detiene a la orilla de la carretera. Apaga el coche. Sale. Sus gafas oscuras reflejan el sol, los eternos horizontes de arena, las cactàceas. Suspira. Entra en el desierto. El sol y sus infinitas partículas se estrellan y alojan en su piel, que ya ennegrece. Escucha el serpenteo, el silencio. Escucha un motor acercándose. Voltea. Mira a los hombres de la camioneta negra, aparcando junto a su coche.

3
A más de 100 km/h

Otro caballero

Un caballero, también de grandes esperanzas, decidió que su vida tenía que terminar a los 50 años justos. La decisión la tomó, paradójica, accidental e intempestivamente, el día que cumplió justo 25 años. Decidió que viviría su vida de manera hedonista, habiendo leído las biografías de grandes personajes que, durante su corta vida, habían hecho frugacidades al colmo del éxtasis, de bordear, cruzar y recorrer las fronteras que las sociedades occidentales se habían dibujado por siglos. A unos días de cumplir 25, el caballero decidió que la corte era una isla a la cuál tenía que llegar. Las inclemencias de la vida cortesana le obligaron a cambiar los aspectos más básicos de su cotidianeidad: despertarse antes del amanecer para preparar los recipientes con perfume, las palanganas con agua extraída del manantial de Wore, preparar el nuevo traje que el sastre O’Higgins le habría confeccionado apenas una semana atrás. Desayunaría un té negro con algunas flores que la señora Karl le servía y miraba a través de la ventana las extensas alfombras de la verde campiña. Le gustaba vivir en una imagen pictórica. Le gustaba adivinar acertijos, jugar al catch a thief, las reuniones con té, licores y elucubraciones detectivescas en torno a un asesinato ficticio. Un día, la mujer del caballero de 30 años y grandes esperanzas, decidió ser la víctima ficticia. El caballero, que sufría de dolores de cabeza después de algunas copas ingeridas, decidió esa noche ir a dormir un poco temprano, aunque fuera en contra de su filosofía: Memento mori. Eso había soñado la noche anterior: caminaba, entre lodo y frío, entre tumbas, buscando. Llegaba a una que tenía su nombre grabado y la locución: Memento Mori. Dios altísimo, pensaba. Las reuniones con Madame Reins y su séquito solían terminar a la salida del sol del día siguiente. La mujer del caballero esa noche fue víctima de un asesinato brutal. Durante 5 años el caballero de grandes esperanzas no pudo volver a amar a otra mujer. Se encarcelaron a algunos culpables, otros huyeron. El caballero se mudó de país. Había traficado lo suficiente para vivir con acomodo, lejos. En París conoció poetas, putas y filósofos. Descubrió que su sexualidad podía ir más allá de las putas y optó durante un tiempo por los poetas...

domingo, 4 de marzo de 2007

Instantáneas de un bosque

El hacha parte la cabeza en dos. Ella ha quedado muda. Los árboles se sacuden estrepitosamente. La sangre surca, helada. El robo ya es olvido. El ahora verdugo la mira. Ella corre. Él tiene una erección. Ella corre más. Su vagina reventará, piensa él. Igual que su cuello. Irreductiblemente.

martes, 27 de febrero de 2007

Las habitaciones del emperador

Miren ustedes, pasen por aquí, esta es la sala de recepción, donde el emperador asesinara aquella vez a su esposa. Sí, efectivamente, ha sido remodelada en su parte estructural, pero la ambientación ha permanecido casi intacta. Desde esta ventana, si ustedes pueden apreciar con detenimiento, podemos mirar a lo lejos el Océano. Dicen que el emperador se sentaba aquí todas las tardes a sentir su lejana brisa. Por este lado encontramos la escalera principal. Aquí rodó, a los pocos días de nacido, el infante primero. Ustedes recordarán que el emperador murió sin herencia: pues aquí fue donde inició el cataclismo de su poderío. Subamos la escaleras y podrán observar, por el lado derecho, la vidriera más famosa del palacio: policromado, con ascenciones de tonos hacia la parte superior, formas de figuras que representan la maternidad y arcos que concluyen en una convergencia puntiaguda. Miren la cúpula: esa cristalera ha sido reemplazada, evidentemente, ya que ustedes recordarán el cuerpo de quién la atravesó. Por aquí accesamos a la sala de armas, que han sido limpiadas por la servidumbre después de aquella mañana de invierno. Miren con detenimiento: ese lucerodelalba tiene aún algunos cabellos enredados en sus púas. Al fondo de la sala de armas podrán observar una colección de escudos. Todavía unos años atrás, esos escudos se encontraban manchados. Dicen que el emperador les contemplaba por horas, recordando. Dicen que suspiraba a veces. En la siguiente habitación encontramos la biblioteca. Algunos libros aún puede oler, si ustedes se acercan lo suficiente, a la humedad, el polvo, la gloria de la madera añeja que en aquellos siglos bien se resguardaba, lejos del sol y del viento. El emperador se sentaba en ese escritorio y leía eternas horas de poesía, cerraba los ojos, mientras una de sus cortesanas entraba con una veladora en la mano y cerraba la puerta. Si jalamos el quinto volúmen de la octava repisa de la pared principal podremos accesar a la alcoba interna. Observen el techo y tengan cuidado con la cabeza al entrar: tres etapas de la vida post-mortem se encuentran representadas en la bóveda de la habitación. Atiendan con detenimiento a las figuras semihumanas del fondo: sus genitales son un poco más grandes que el resto de las figuras. Ahora presten atención a la mujer que se encuentra en la parte inferior, casi al centro. Miren su pubis, miren atentamente. ¿Lo han notado? La cama ha sido desplazada varias veces pero se cree que ésta es la posición original. Antes solíamos exhibir la ropa de cama del emperador. Las sábanas han sido resguardadas y la rugosidad ha intentado ejemplificar el momento posterior al coito. En esa pared penden los diferentes instrumentos que utilizaba el operador para sus prácticas sexuales. Se dice que los cadáveres de las doncellas eran arrojados a través de esa compuerta que pueden ustedes observar en el suelo. Ahora, por esta puerta accesamos al pasillo interno principal, que nos conectará con la sala de música. Tengan cuidado de tocar las paredes: podrían mancharse de alguna viscosidad. Entren de uno por uno, por favor. Observen cómo la luz tiene distintos efectos en los muebles. El retrato del emperador y su esposa experimenta distintos matices según la hora del día. El piano ha sido dispuesto para un pequeño recital. Nos acompaña el señor Santangelo, quien nos deleitará el oído con una tersa pieza de la época, a la usanza del emperador en aquellas cálidas tardes de verano. Nuestra servidumbre les servirá té y galletas. Por favor, relajénse, siéntanse cómodos y bienvenidos, como en casa.

Hoy

Hoy, acercándome al vidrio, he encontrado un edificio nuevo en la ciudad. Hoy encendí el radio y había una nueva estación donde sólo han programado a Beethoven. Hoy mi mano derecha amaneció morada y casi no la sentía. Hoy tosí y escupí restos de un caracol que hace mucho no veía. Hoy me senté en una banqueta y pude oler finalmente el naranjo que está debajo de mi casa. Hoy prendí la televisión y ningún canal tenía señal. Hoy leí un libro que no tenía letras y escribí con una pluma que no tenía tinta.

domingo, 25 de febrero de 2007

La muerte de otros pájaros

No me gusta lo que siento cuando muere un pájaro. Es casi infernal. Casi tan infernal como las imágenes de los niños cayendo, uno a uno, hacia un río, justo antes de ser cadáveres. Los pájaros me conmocionan más. Lloro al ver uno muerto. Siento escalofríos. Sudo. No me gustar sentir todo esto cuando muere un pájaro, porque siento que mi muerte se acerca. No quiero morir. Cuando miro plumas de pájaros a la entrada de mi puerta, siento un presagio, siento que ronda un evento infortuito, un accidente. Por las noches, cuando escucho a los gatos merodeando, imagino que alguno de ellos habrá atrapado un pájaro por la tarde. No me gusta imaginar a un gato atrapando un pájaro, o al mismo pájaro estrellándose contra mi ventana, o un niño acertándole una pedrada al ojo de un pájaro. Cuando miro los árboles por la tarde y pienso en los niños con sus resorteras, tampoco me gusta, pero prefiero aventarlos al río que escuchar los alaridos de las pedradas, que es infernal, pero no tanto.