domingo, 27 de junio de 2010

Grieve en inglés, aflicción en mexicano

Aeropuerto de Monterrey, Terminal C. Domingo 27 de Junio.

Por alguna inexplicable razón pienso que Colón dudó, instantes antes de desembarcar en hoy América, si habría acertado en su pronóstico. Eso mismo pasa entre un 1er. tiempo y otro, cuando empiezo a escribir ésto, aún cuando el marcador sea 2 – 0, dos en contra de millones de esperanzas, 2 en contra de cientos de horas-espera y el clamor popular de “hacer goles y no sándwiches”. Yo pronosticaba un marcador a favor de México. Cuarenta y cinco minutos después había terminado la espera del resultado final, un apaciguador 3 – 1, distensor muscular, que trajo todo de vuelta a la normalidad. Los pasajeros siguieron embarcando. Hacia Las Vegas, Acapulco, Tijuana. Antes de sufrir los 90 minutos comentaba con mi compañera argentina de expectación de partido: Lo terrible no es saber que vamos a perder... si no saber que podríamos ganar. Los aeropuertos son algo muy parecido al mediotiempo y mi imaginada llegada de Colón a América: no sabemos realmente cómo terminará todo. ¿De dónde sacaré yo esperanzas y fe ciega? me pregunté, si hace mucho dejé a dios en la banca. Por suerte la esperanza no viene desde la pantalla chica, que se ha agrandado mucho últimamente. La mejor conclusión de México en Sudáfrica 2010 es que aún la bandera es tricolor. Mi compañera embarca y yo tengo que cambiar de terminal. Salir al calor de Monterrey es como ir de la mano de Virgilio. El desierto no se queda en el desierto, también viene a las calles y a las banquetas. Un regio solitario se cruza en mi camino. “Nos shingaron” comenta buscando en mí una respuesta, cualquier palabra que seguro será solidaria. “Pos ya que” respondo y me vuelvo a preguntar cómo es que no puedo decir algo más coherente, alentador, irónico o sencillamente un enunciado más largo. Será que así termina todo Mundial cuando el equipo se embarca a casa. Lippi se embarcó de regreso a Italia y asumió toda responsabilidad. A Domenech seguramente lo embarcará Sarkozy a la legión extranjera. En México la ley (que no el pueblo) la ejerce dócil y vehemente un reportero de barras amarillas: ¿En qué fallo Aguirre? Y nada más. Aguirre responde con un fútil “en muchas cosas” y el resto sigue igual. ¿Irá ante el congreso? Y de vuelta el partido en su segundo tiempo, cuando Tévez firma con un balde de agua helificada. El momento es asfixiante y empero, contra toda razón y con todos los santos reunidos en la banca, aún latía la esperanza. Juan Villoro lo resumió puntualmente en el semanario Proceso, como casi todo lo que resume: Un chicharito no hace un verano. Efectivamente: Un chicharito sólo salva la honra. Y la salva de zurda. Ahora termino de entender que en México no hay un Dios sino muchos santos. También termino de entender que es más saludable acabar en cuarto partido que temblar esperando un quinto, alemán. Aún con un gol anulado a favor, Alemania parece a ratos tener a Hitler en las regaderas. A partir de hoy la afición mexicana se dividirá entre embajadores deportivos que apoyarán a los equipos de habla hispana que aún quedan. Preferible perder contra Argentina que contra Estados Unidos, recordó un espontáneo aficionado con bermudas y lentes oscuros. Otro aficionado: con los gringos fuera, ya no importa nada. Antes de iniciar el partido decía Jimena, la pequeñita compañera argentina que ahora festeja discretamente su triunfo: vos me vas a perdonar si ganamos. A botepronto pensé algo que seguramente es tan fuera de lugar como la jugada que nos estocó primero: pero nosotros sí tenemos un Nobel de literatura. Tras ese primer (polémico) gol casi la unión hizo la fuerza. Se arremolinaron los jugadores, increpando, reclamando justicia, paradójicamente en un país que se come diarios sándwiches de injusticia. Apenas segundos duró una esperanza de anulación que provocó uñas en los dientes. Por instantes rozamos la anulación del primer gol. Y volví a preguntarme: ¿Realmente tiene sentido abogar por una decisión unilateral, respaldada por una Federación Internacional que se niega a evolucionar y a creer que la tecnología no es cosa de seres humanos? Casi tuvo sentido el reclamo. Luego vino la aflicción y en consecuencia la serie de eventos desafortunados. Sólo una bocanada de Hernández y varios intentos, también desafortunados. Luego la aflicción, resolutoria, de saberse de vuelta a casa, de hacer maletas y no sándwiches, de “haber muerto de pie y no de rodillas”. La aflicción de haberse sostenido con las muletas del conejo. Casi lo misma aflicción que habrá sentido Lampard cuando horas antes él y toda Inglaterra veían que uno de los mejores tiros del mundial sí entraba... pero el árbitro lo negaba.

lunes, 14 de junio de 2010

La carta perdida de Lu

Habían pasado casi 2 años cuando por fin el Servicio Postal devolvió la carta que escribí a Lu, la misma tarde que dejaba de fumar, sentado ante una mesa de aluminio en la calle de Campeche. Quise no abrir la carta y al mismo tiempo un remolino de ansiedad me hizo buscar la cajetilla que había guardado en el cajón de la alacena, al fondo, entre los corchos que coleccionaba, los que alguna vez servirían para algo. El cigarro sabía a madera vieja. Salí a la calle a buscar una cajetilla nueva. Nunca habría imaginado que una carta vieja traería de vuelta los deseos de fumar. El nombre de Lu se volvía a adherir al cuerpo, como la sal que se queda en la piel después de haber dejado el mar muy lejos, muchos kilómetros atrás, ya sin el barullo de las olas y la sombra de las eternas palmeras. Volví a casa y quise abrir el sobre con un abrecartas. Tras varios intentos comprendí que el filo se había ido a otro lado. Nunca he sido tan dedicado a las piedras de afilar. Bajé por las escaleras con la carta en una mano y la nueva cajetilla de cigarros en otra, augurando que sería más extensa la espera y el preparativo que el momento de la lectura. Hice rápidas cuentas del tiempo que me tomaría encontrar una cafetería con sillas al exterior, pedir un café, encender un cigarro, abrir la carta, disfrutar de nuevo el aroma de cada palabra vieja, volver a encontrarnos sentados de frente y pedirte una vez más que volvieras y viviéramos juntos. Cuando encontré la cafetería pensé que habría necesitado un libro, o al menos una libreta y una hoja. Supe que muy pronto me distraería y que la carta duraría lo mismo que duró tu última llamada, cuando con un hachazo dijiste - adiós -. Después de pedir el café ya no quise leer la carta. Preferí descansar la vista en la placa vieja de un Datsun 86 que se podría a unos pasos. Pedí al mesero una libreta y un lapicero. A regañadientes lo hizo y yo no terminé de entender cómo es que necesita un mesero un lapicero si no hay clientes a quién tomarles la orden. El teléfono celular sonó y Andrés dudó por un instante. Lu acababa de despedirse con un insólito - chau -. La llamada provocó un arrebato más insólito y parecía que apenas comprendía la palabra - chau -. Aventó el teléfono a la avenida y se marchó caminando muy rápido, casi corriendo. Al otro lado de la ciudad, Lu descendía del autobús y marcaba para pedir perdón y arrepentirse para siempre. Salió de la terminal, después de intentar más de 20 veces llamarle y tomó un taxi. Por varias horas esperó y a la medianoche buscó refugio en la casa de su mejor amiga. Al día siguiente volvió a buscar a Andrés pero yo me tenía que irme, sería insoportable quedarme y cocinarme en mi propia ausencia, ahora que tú te habrías ido lejos Lu. Pero nunca me fuí Andrés, decía Lu en la carta escondida que había devuelto. Lu sabría que la megalomanía de Andrés lo haría volver a leer su propia carta, que el orgullo le haría devolver una carta remitida por ella. Andrés prendió otro cigarro y pidió al mesero la cuenta, y un cesto de basura que le hiciera olvidar sus propias palabras.