domingo, 24 de agosto de 2008

Las formas en el cielo

La casa era un silencio que hacía temblar al polvo. Me repetía tu nombre una y la siguiente vez. Hoy se asomaron las formas al cielo... Tomé una después de varios intentos de pesca. La forma recordaba la silueta de la certidumbre que solamente ese mar de arriba nos deja cuando volteamos a mirarlo: ¿cuántos animales no hemos visto cruzarlo, no a veces nadando sino flotando, levitando o caminando? Y tras esta pregunta salí al jardín interior. La casa había sido construída con ladrillos rojos. Se escuchaban los graznidos de algun cuervo. La casa de afuera era un silencio que quitaba la piel de encima y me dejaba tiritando en el frío, en el escalofrío. Hubo una nube que silenciosa dejo una estela y detrás de ella las figuras que hacían tu voz...

miércoles, 20 de agosto de 2008

Lu, el Blanco y Negro y la cama sin cabecera

Las fuentes no brillan en blanco y negro. El sol se detiene antes de refractarse y prefiere marcharse a una esquina, al sombrero de una turista o, si no hay alternativa última, no refractar en ningún lado. Dicen "Fountain" aquí en Roma o en Buenos Aires o en el pueblo ese de Rumania que visitábamos. Dame la cámara, te pido y no entiendes por qué abro la puertita y saco el rollo blancoynegro y te doy uno a color. Sólo la piel brilla en blanco y negro, te digo. El resto del día lo pasé mal. Ya no recordaré en qué momento te imaginé bajo la lente, desnuda y entre click y click sonriendo. No pude ver el Coliseo sino Lu y la piel entre una sábana, los baños no eran baños sino Lu y las uñas pintadas jalando la cobija inocentemente cubriendo el busto inocentemente riéndose inocentemente, pidiendo la siguiente foto... inocente La vía apia y el cartel del Hostal donde dormiríamos, el viejo romano de la entrada, las escaleras estrechas y nuestras manos abriendo la misma puerta. El vaticano y mi mano bajo tu falda y las columnas y mi lengua cruzándote la espalda y la entrada a San Pietro y los dedos entrelazados y la Pietá y las cuatro manos cruzadas deslizándose bajo tu ombligo. La cama no tenía cabecera y tus manos se apoyarían de la pared y las cenizas de San Pedro y el resto de los papas; no pudo evitar el japonés que empujó para fotografiar mejor la capilla sixtina que dejara de advenirte brillando bajo la luz de una lámpara que venía de la calle y tu cuerpo blanco y negro y otra vez blanco que sudaba y se mojaba con el sudor de mi cámara y mis manos y mi cuerpo. Ahora la luz de la lámpara se detiene justo a la orilla de tu piel. La piel tampoco brilla en blanco y negro: es más bien azul, tiene colores horrendos. Sabe mejor a ciegas.

sábado, 16 de agosto de 2008

Lu y nuestra señora de los gatos

Lu siempre pensó que Esther estaba un poco loca. Mirá que eso de tener un gato en la mesa de la cocina, alimentarlo, darle la leche en un recipiente como si fuera otro de la familia, decía. Yo casi no me preocupaba en Esther... ni en Steven. Cuando viajábamos a Irlanda prefería beber las Guinness que no bebía en Buenos Aires. No saben igual, siempre dije. Lu me miraba con esa cara de - tontito que sos - y me pasaba la mano por el cabello. El poco cabello que me quedaba. Esther preparaba salchichas, huevos, pan tostado, té, ¿qué? preguntaste - Que si la cama estaba un poco dura, que si el frío, cualquier cosa era un buen pretexto para llamarte la atención. A veces creía que te ibas lejos, Lu en la campiña irlandesa, Lu sobre una oveja y la oveja quejándose, Lu sentada en el porche de la casa. Esther se sienta junto a ella. Le ofrece un cigarro. Fuman. Nuestra señora de los gatos le pasa la mano por la espalda.

viernes, 15 de agosto de 2008

Lu y el piso de abajo

Lu vive en el piso de abajo. Lo que reduce las opciones a que yo viva en el piso de arriba. Es difícil ya que siempre que bajo busco encontrarla. A veces está escuchando música muy alto y no escucha cuando toco a la puerta. Otras veces ha salido y yo, por vivir en el piso de arriba, no me entero. Ella sabe que yo me preocupo cuando sale así que toca su techo, que es mi piso, con un palo de escoba, Cuando toca dos veces significa que se va y cuando toca tres veces significa que ha llegado. Los fines de semana no es necesario utilizar el código: ella duerme en el piso de abajo conmigo o yo duermo con ella en el piso de arriba. Por eso prefiero los fines de semana. Aunque, en ocasiones, vamos al cine de trasnoche y yo estoy tan cansado al llegar que no puedo subir hasta el piso de arriba y me quedo, con ella, a dormir en el piso de abajo. Creo que ya está sospechando que lo hago a propósito... Mmm... Tal vez será mejor que uno de los dos nos mudemos.


jueves, 14 de agosto de 2008

Lu y las canciones infantiles... (borrador 1)

Lo mejor fue que durmieras. Tuve que bajarme de la cama, escurrirme de las cobijas y dejar atrás el abrazo de tu cuerpo para irme al salón de la televisión, arroparme entre sudor, frazada y escalofríos. A veces duermo con la televisión prendida. Soñé que charlaba con una que fue mi vecina y que alguien vivía en la casa donde viví. Soñé que tenía un revólver en la boca y que el frío del cañón me hacía dudar pero al final disparaba, y sentía como mi cuerpo se relajaba en segundos, como si cayera en agua, y pensaba "ésto es estar muerto", pero al final abría los ojos, casi de golpe y al despertar me dí cuenta que no había muerto y que tú seguías dormida a mi lado. Lo mejor fue que roncaras, así podía tener un pretexto para moverte, poner tu brazo sobre mi pecho y poder con mi mano derecha acariciarte suavemente la cabeza cuando la próxima oleada de ronquidos viniera.
- ¿Ronqué? - preguntaste. El café con olor a canela llenó la habitación. Sonriendo te extendí la taza: - ¿Lo preguntas de verdad?
- Vamos a recorrer todas las líneas del subte - sugeriste. No sabía si la tos sería motivo de vergüenza entre tantos pasajeros, más aún, pasajeros en invierno que buscan resguardarse entre abrigos y bufandas, evitando todo contacto de fluidos ajenos, pequeños microbios e incluso miradas.
- Vamos - contesté.
La plaza Italia no tenía palomas. Los gatos del Botánico no venían con uno nunca, aunque los alimentara de las croquetas más caras, con pescado o pollo. Íbamos de la mano como hacia un naufragio, como si precediéramos que bajando a los túneles ya no habría marcha atrás. ¿Qué otro animal en el planeta conoce su destino y se tira al vacío sabiendo que puede evitarlo? Tus ojos se escondían tras las gafas oscuras, esas que casi no usabas porque... - no tengo nada que ocultar-. Aún así, la prescripción médica solicitaba que la luz del sol tuviera el menor contacto directo con los ojos. Esto habíamos discutido alguna vez, en algún café, sobre alguna acera: - El sol se refracta en todas partes - decía yo. - ¿Y las sombras qué hacen entonces? - decías tu.
A las 5 pm ya habíamos recorrido más de 20 estaciones de subte. Un hombre sin un ojo nos había querido leer las cartas afuera del tren y una llamada a tu teléfono móvil te había provocado tirar el teléfono a las vías. A las 6 pm salimos a comprar unos panchos y regresamos. Estábamos autotraicionando el acuerdo pero más que cualquier acuerdo en el mundo está satisfacer el hambre.
¿Y si dormimos acá abajo? preguntó tu voz que me recordaba a una frazada, a una sábana de franela arropándome en invierno.
Dale, respondí.
Dale, dale, pensé, en México no decimos dale. Chale. Dale dale dale, no pierdas el tino, canté en voz baja.
- ¿Qué cantás?
- Nada, una canción infantil de allá
- Dale, cantámela...
- No sé, me da pena...
- ¡Qué no! ¡Dale, cantámela!
Y así el dale dale dale y tu risa y esos pómulos creciendo como niña ante una nueva paleta. Y aquí entraron dos hombres con gabardinas negras. Cualquiera que los viera pensaría que eran asaltantes, corruptos, ex-policías, ladrones. Solamente una estación recorrieron. Tú seguías canturreando algo. Te recargaste en mi hombro. Te quedaste dormida. En el tren no roncas, afortunadamente. Entraron una mujer y un hombre, creo que tendrían 40, usaban abrigos. Irán a la ópera, pensé. Discutían. Casi no salían y cuando salían discutían. Eso lo supe por un reclamo de ella. Luego una bofetada que se extendió por todo el vagón. Casi no había pasajeros pero una viejecita del fondo volteó con susto. En la siguiente estación bajaron. No quiero llegar a eso, te dije en voz baja. Me respondió un pequeño ronquido tuyo. Me abrazaste. Una prostituta entró. Vale, no sé si lo era pero supongo que lo sería: la falda corta y mallas como red de pescadores, escote pronunciado, el cabello teñido de rojo y naranja, los labios aumentados y la mirada... Te dije alguna vez, hay miradas que no entiendo y las de las putas es una de ellas. Un hombre maduro la abordó. No alcancé a escuchar la conversación pero 3 estaciones después bajaron juntos. Al salir ella me guiñó un ojo. Sonreí sarcásticamente. Tu cabeza ya estaba en mis piernas para entonces. El resto del trayecto me dediqué a leer la publicidad. Y a pensar en cómo decirte que teníamos que dejar de vernos, a pesar de mí, de tí, de nuestro eterno aburrimiento. Lu... no sé cómo... No: Lu, mira es que, me gustas mucho, me encantas pero sucede algo... Lu: a mí siempre me gustó que nos riéramos y anduviéramos por la calle contando cuántos hombres con bisoñé veíamos pero es que ahora tras tantos años... Lu: ¿de verdad eres feliz conmigo? Lu: ¿por qué no nos vamos de esta infernal y grisácea pocilga? Lu... encontré ya el fin del mundo, ¿por qué no nos largamos ya? Lu... alguna vez pensé en dejarte pero ya sé que nunca podré hacerlo. Y luego yo a mí, el yo que siempre se pone frente a mí, como un analista con cara de Woody Allen: A usted le corroe la codependencia, es la segunda piel que tiene Usted. Y yo respondiéndole a Woody algo como: no, la codependencia es una característica que cada ser humano tiene, es como la simbiosis, como los animalitos esos que viven en los rinocerontes y se comen los insectos que les hacen mal y esas cosas. Y Woody responde que ellos no tienen conciencia. ¿Y usted cuando se enamora tiene conciencia doctor? Y su sonrisa es tan irónica que ya conozco la respuesta: Una cosa es tener la conciencia y otra evitarla. Pero yo pienso en lo que hago y Woody me pregunta que quién soy yo. Nunca lo había sabido hasta ahora. Te miro durmiendo en mis piernas y sé que no he sido más que tú y que me olvidé casi de mi nombre. Todos los días salgo a la calle sólo a buscarte. Cuando nos encontramos ya no tengo oficina ni familia. Tu hambre es mi hambre. No soy feliz si no eres feliz, si sonríes tu mi reflejo es sonreir. - Vamos al subte. Lo dijiste tú, no yo. Aunque no está tan mal... me gusta estar aquí abajo con vos.

Cuando despertaste eran casi las 11pm. En una hora cerrarían el subte.
- ¿Qué hacemos ahora? preguntaste.

martes, 12 de agosto de 2008

Lu en Plaza Italia

Tu cabello apenas destella y ya corro,
enloquecido tal vez.
El sol se estrella en tus ojos,
baja por el subte y sale en la siguiente parada.
Se escucha a lo lejos la voz de Armstrong.
Quiero cruzar la calle pero hay un océano
entre tu mano y la mía.
Busco algun tronco...

El rojo de tu cabello, un hilo, lo tengo entre mis dedos:
Doy un paso al océano...