jueves, 14 de agosto de 2008

Lu y las canciones infantiles... (borrador 1)

Lo mejor fue que durmieras. Tuve que bajarme de la cama, escurrirme de las cobijas y dejar atrás el abrazo de tu cuerpo para irme al salón de la televisión, arroparme entre sudor, frazada y escalofríos. A veces duermo con la televisión prendida. Soñé que charlaba con una que fue mi vecina y que alguien vivía en la casa donde viví. Soñé que tenía un revólver en la boca y que el frío del cañón me hacía dudar pero al final disparaba, y sentía como mi cuerpo se relajaba en segundos, como si cayera en agua, y pensaba "ésto es estar muerto", pero al final abría los ojos, casi de golpe y al despertar me dí cuenta que no había muerto y que tú seguías dormida a mi lado. Lo mejor fue que roncaras, así podía tener un pretexto para moverte, poner tu brazo sobre mi pecho y poder con mi mano derecha acariciarte suavemente la cabeza cuando la próxima oleada de ronquidos viniera.
- ¿Ronqué? - preguntaste. El café con olor a canela llenó la habitación. Sonriendo te extendí la taza: - ¿Lo preguntas de verdad?
- Vamos a recorrer todas las líneas del subte - sugeriste. No sabía si la tos sería motivo de vergüenza entre tantos pasajeros, más aún, pasajeros en invierno que buscan resguardarse entre abrigos y bufandas, evitando todo contacto de fluidos ajenos, pequeños microbios e incluso miradas.
- Vamos - contesté.
La plaza Italia no tenía palomas. Los gatos del Botánico no venían con uno nunca, aunque los alimentara de las croquetas más caras, con pescado o pollo. Íbamos de la mano como hacia un naufragio, como si precediéramos que bajando a los túneles ya no habría marcha atrás. ¿Qué otro animal en el planeta conoce su destino y se tira al vacío sabiendo que puede evitarlo? Tus ojos se escondían tras las gafas oscuras, esas que casi no usabas porque... - no tengo nada que ocultar-. Aún así, la prescripción médica solicitaba que la luz del sol tuviera el menor contacto directo con los ojos. Esto habíamos discutido alguna vez, en algún café, sobre alguna acera: - El sol se refracta en todas partes - decía yo. - ¿Y las sombras qué hacen entonces? - decías tu.
A las 5 pm ya habíamos recorrido más de 20 estaciones de subte. Un hombre sin un ojo nos había querido leer las cartas afuera del tren y una llamada a tu teléfono móvil te había provocado tirar el teléfono a las vías. A las 6 pm salimos a comprar unos panchos y regresamos. Estábamos autotraicionando el acuerdo pero más que cualquier acuerdo en el mundo está satisfacer el hambre.
¿Y si dormimos acá abajo? preguntó tu voz que me recordaba a una frazada, a una sábana de franela arropándome en invierno.
Dale, respondí.
Dale, dale, pensé, en México no decimos dale. Chale. Dale dale dale, no pierdas el tino, canté en voz baja.
- ¿Qué cantás?
- Nada, una canción infantil de allá
- Dale, cantámela...
- No sé, me da pena...
- ¡Qué no! ¡Dale, cantámela!
Y así el dale dale dale y tu risa y esos pómulos creciendo como niña ante una nueva paleta. Y aquí entraron dos hombres con gabardinas negras. Cualquiera que los viera pensaría que eran asaltantes, corruptos, ex-policías, ladrones. Solamente una estación recorrieron. Tú seguías canturreando algo. Te recargaste en mi hombro. Te quedaste dormida. En el tren no roncas, afortunadamente. Entraron una mujer y un hombre, creo que tendrían 40, usaban abrigos. Irán a la ópera, pensé. Discutían. Casi no salían y cuando salían discutían. Eso lo supe por un reclamo de ella. Luego una bofetada que se extendió por todo el vagón. Casi no había pasajeros pero una viejecita del fondo volteó con susto. En la siguiente estación bajaron. No quiero llegar a eso, te dije en voz baja. Me respondió un pequeño ronquido tuyo. Me abrazaste. Una prostituta entró. Vale, no sé si lo era pero supongo que lo sería: la falda corta y mallas como red de pescadores, escote pronunciado, el cabello teñido de rojo y naranja, los labios aumentados y la mirada... Te dije alguna vez, hay miradas que no entiendo y las de las putas es una de ellas. Un hombre maduro la abordó. No alcancé a escuchar la conversación pero 3 estaciones después bajaron juntos. Al salir ella me guiñó un ojo. Sonreí sarcásticamente. Tu cabeza ya estaba en mis piernas para entonces. El resto del trayecto me dediqué a leer la publicidad. Y a pensar en cómo decirte que teníamos que dejar de vernos, a pesar de mí, de tí, de nuestro eterno aburrimiento. Lu... no sé cómo... No: Lu, mira es que, me gustas mucho, me encantas pero sucede algo... Lu: a mí siempre me gustó que nos riéramos y anduviéramos por la calle contando cuántos hombres con bisoñé veíamos pero es que ahora tras tantos años... Lu: ¿de verdad eres feliz conmigo? Lu: ¿por qué no nos vamos de esta infernal y grisácea pocilga? Lu... encontré ya el fin del mundo, ¿por qué no nos largamos ya? Lu... alguna vez pensé en dejarte pero ya sé que nunca podré hacerlo. Y luego yo a mí, el yo que siempre se pone frente a mí, como un analista con cara de Woody Allen: A usted le corroe la codependencia, es la segunda piel que tiene Usted. Y yo respondiéndole a Woody algo como: no, la codependencia es una característica que cada ser humano tiene, es como la simbiosis, como los animalitos esos que viven en los rinocerontes y se comen los insectos que les hacen mal y esas cosas. Y Woody responde que ellos no tienen conciencia. ¿Y usted cuando se enamora tiene conciencia doctor? Y su sonrisa es tan irónica que ya conozco la respuesta: Una cosa es tener la conciencia y otra evitarla. Pero yo pienso en lo que hago y Woody me pregunta que quién soy yo. Nunca lo había sabido hasta ahora. Te miro durmiendo en mis piernas y sé que no he sido más que tú y que me olvidé casi de mi nombre. Todos los días salgo a la calle sólo a buscarte. Cuando nos encontramos ya no tengo oficina ni familia. Tu hambre es mi hambre. No soy feliz si no eres feliz, si sonríes tu mi reflejo es sonreir. - Vamos al subte. Lo dijiste tú, no yo. Aunque no está tan mal... me gusta estar aquí abajo con vos.

Cuando despertaste eran casi las 11pm. En una hora cerrarían el subte.
- ¿Qué hacemos ahora? preguntaste.

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