sábado, 16 de agosto de 2008

Lu y nuestra señora de los gatos

Lu siempre pensó que Esther estaba un poco loca. Mirá que eso de tener un gato en la mesa de la cocina, alimentarlo, darle la leche en un recipiente como si fuera otro de la familia, decía. Yo casi no me preocupaba en Esther... ni en Steven. Cuando viajábamos a Irlanda prefería beber las Guinness que no bebía en Buenos Aires. No saben igual, siempre dije. Lu me miraba con esa cara de - tontito que sos - y me pasaba la mano por el cabello. El poco cabello que me quedaba. Esther preparaba salchichas, huevos, pan tostado, té, ¿qué? preguntaste - Que si la cama estaba un poco dura, que si el frío, cualquier cosa era un buen pretexto para llamarte la atención. A veces creía que te ibas lejos, Lu en la campiña irlandesa, Lu sobre una oveja y la oveja quejándose, Lu sentada en el porche de la casa. Esther se sienta junto a ella. Le ofrece un cigarro. Fuman. Nuestra señora de los gatos le pasa la mano por la espalda.

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