miércoles, 20 de agosto de 2008

Lu, el Blanco y Negro y la cama sin cabecera

Las fuentes no brillan en blanco y negro. El sol se detiene antes de refractarse y prefiere marcharse a una esquina, al sombrero de una turista o, si no hay alternativa última, no refractar en ningún lado. Dicen "Fountain" aquí en Roma o en Buenos Aires o en el pueblo ese de Rumania que visitábamos. Dame la cámara, te pido y no entiendes por qué abro la puertita y saco el rollo blancoynegro y te doy uno a color. Sólo la piel brilla en blanco y negro, te digo. El resto del día lo pasé mal. Ya no recordaré en qué momento te imaginé bajo la lente, desnuda y entre click y click sonriendo. No pude ver el Coliseo sino Lu y la piel entre una sábana, los baños no eran baños sino Lu y las uñas pintadas jalando la cobija inocentemente cubriendo el busto inocentemente riéndose inocentemente, pidiendo la siguiente foto... inocente La vía apia y el cartel del Hostal donde dormiríamos, el viejo romano de la entrada, las escaleras estrechas y nuestras manos abriendo la misma puerta. El vaticano y mi mano bajo tu falda y las columnas y mi lengua cruzándote la espalda y la entrada a San Pietro y los dedos entrelazados y la Pietá y las cuatro manos cruzadas deslizándose bajo tu ombligo. La cama no tenía cabecera y tus manos se apoyarían de la pared y las cenizas de San Pedro y el resto de los papas; no pudo evitar el japonés que empujó para fotografiar mejor la capilla sixtina que dejara de advenirte brillando bajo la luz de una lámpara que venía de la calle y tu cuerpo blanco y negro y otra vez blanco que sudaba y se mojaba con el sudor de mi cámara y mis manos y mi cuerpo. Ahora la luz de la lámpara se detiene justo a la orilla de tu piel. La piel tampoco brilla en blanco y negro: es más bien azul, tiene colores horrendos. Sabe mejor a ciegas.

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