jueves, 17 de julio de 2008

Sangre en los Coen

Su primera película tendría en su título una suerte de advenimiento, que con el tiempo se iría disipando. Blood Simple, cuyo título literal debería ser Sangre simple, Sangre sencilla, ó Sencillamente sangre, en todo caso, en su momento atrajo las plumas de la crítica y habían nacido un par de hermanos que después vivirían una carrera profesional envidiable y, sobre todo, discretamente exitosa. Mirando desde lejos, la carrera de los Coen no es precisamente una carrera sangrienta, al menos no a lo Gore. Por fortuna, los pocos momentos que realmente podrían ser catalogados como tal no lo son, y se sitúan perfectamente en un entorno en que se justifica la violencia, la sangre. El resto de la historia en la que sucede este momento es una minuciosa búsqueda de lo que sucedió antes y después del asesinato en sí. Cuando de asesinato se trata, como es el caso de la película Fargo. En realidad, la gran mayoría de sus películas podrían catalogarse como películas sin una gran trascendencia metafísica o poética, sin una exacerbante superproducción, sin una propuesta de rompimiento de paradigmas. Esto, precisamente, es lo mejor que saben hacer los Coen: sus películas no se recuerdan en los sueños sino a la hora de la comida o charlando con un whiskey y un cigarro. La elegancia alrededor del hecho, de la equivocación, del personaje, de la muerte es lo que permanece en los Coen y, por fortuna, hacen que una imagen sangrienta nos parezca hermosa. Uno de los momentos más álgidos en donde encontramos esta habilidad de denostar la capacidad estética en simbiosis con la argumentativa se encuentra precisamente en Fargo (1996). La ineptitud que lleva a un hombre desesperado a urdir un plan que no le saldrá bien es condimentada con la crueldad de uno de los seudosecuestradores (Peter Stomare) y rematada con la frialdad de la sangre sobre la nieve. La inocencia y la justicia se han quedado en otro plano, en un mundo que no conoce más que injusticia y crueldad, que no sabe de las reglas de convivencia que se supone sirven para que los humanos no se maten entre sí. La realidad, demostrada en esta adaptación a la pantalla, es más exacta que cualquier historia de ficción inventada por cualquier escritor de la historia. O casi. El libretista, en este caso, es primero el reporte de la noticia y después Joel Coen. El director es, primero, el destino, la suerte, el karma o quiensea y después Ethan Coen. Un hombre en bancarrota tanto económica como de estima propia tiene que elucubrar un estúpido plan para poder salir de ello, sin tener que molestar a su suegro, de quien depende totalmente. Decide, estúpidamente, mandar secuestrar ficticiamente a su esposa y pedirle al padre una cantidad lo suficientemente pequeña para no molestar a sus cuentas bancarias y lo suficientemente grande como para solventar las deudas. Y el plan sale mal. Aburrido sería que saliera bien, al menos para los Coen. Aburrido también sería que sólo se preocuparan del error, pues el error sólo llevaría a escribir la nota roja y comentarse en una charla de sobremesa. Lo atractivo no es el error, entonces, sino la miseria de los personajes y la crueldad de las consecuencias. Lo atractivo es que los hombres no tienen poder sobre las circunstancias y si existiera un destino su destino sería la mismísima catástrofe. Lo atractivo en Fargo es la curiosidad que nos otorga la leyenda primigenia donde se advierte que lo que veremos no es una invención, sino una reconstrucción virtual de los hechos. Lo atractivo es que abrimos la plana donde viene la noticia, leemos la recomposición de las acciones realizadas por los involucrados, podemos recordar incluso a Capote, y después dejarnos ir por la corriente propia de los hechos. Al dejar de ser los primeros autores se encuentran, los Coen, con la enorme posibilidad de dar el giro deseado, siempre respetando los personajes y los hechos, sin traicionar, de forma que no tengan un enlace sentimental con la historia misma, como sucede tantas veces con los escritores y sus historias. Si Fargo es el mejor ejemplo de lo que sería una película de Nota Roja (que lo es, al ser sido basada en un caso real), una escena de esta película es entonces el mejor ejemplo de lo que sería el momento Gore de los Coen: un pie asomándose por una trituradora de madera. Que no es Gore, por fortuna, porque este es otro gran ejemplo: que para imaginar el destazamiento, la pérdida de órganos, lo salvaje de una muerte, no necesitábamos más que una sencilla imagen. El resto será la resolución, el desamparo, los suspiros ante lo sucedido. Fargo nos ayuda así con otro ejemplo (de tantos que son) para interpretar la realidad que se convirtió en nota roja y después película: la vida, para algunos, está sencillamente jodida.

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