lunes, 7 de julio de 2008

El fingidor

Al despertar finjo que no tengo frío aunque mi cuerpo esté tiritando y cuando abro la ventana finjo que no veo la lluvia y que no escucho los cántaros llenarse de gruesas gotas otoñales. Al fingir que escucho mis pasos resonando por ese pasillo que me llevará a la calle, finjo que saludo a la casera con una sonrisa amable y cuando encuentro la ciudad finjo que la quiero tanto y le escupo en la cara del asfalto. Cada mañana que tomo el tranvía finjo que leo, entiendo y acepto los anuncios del gobierno que rezan sobre el inminente cambio y cuando abro la puerta de la cafetería finjo que trabajo. Al mediodía finjo que como un emparedado que me ha preparado mi esposa; solamente Sayas, el dueño, sabe que no la tengo y que he tenido que salir a buscarlo a los sobrantes de la fonda que está a unos pasos. Llego a casa muy tarde, fingiendo que vengo cansado y al dormir finjo que soy ser humano y que sueño con animales, sobre todo vacas, perros y los que han acompañado a los demás durante tantos años. Los fines de semana, cuando estoy sólo, finjo estar acompañado y le sirvo un té a mi madre que murió hace años. Al sonar el golpe de los nudillos de la casera sobre mi puerta finjo que estoy fuera y cuando pasa la nota de cobranza por abajo de la puerta finjo que soy ciego. Cada primer Martes de cada mes finjo que soy desempleado y en la oficina de gobierno finjo que busco trabajo, en la siguiente oficina finjo que soy viudo y a Sayas ya no puedo fingirle más y termino por pagarle los cafés del mes, un par de periódicos y cigarros.

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