viernes, 17 de octubre de 2008

Yo serví a mi padre

Y era el rey. El rey de esta casa solamente, pero el rey al fin. Su reino terminaba en la cerradura de la puerta que daba a la calle. Apenas se recorría el seguro y escuchaba cómo se derrumbaba su reino. Y salía a la calle, libre, como un esclavo que corría con las cadenas retrasándome la carrera. A la tarde, volviendo de la primaria, apenas cerraba la puerta y el golpe retumbaba en las cavernas internas de mis oídos y reverberaban hasta que entraba a la casa. Ahí. adentro de nuevo en su reino, tenía que andar a gatas y comer del piso. Concierto 23 para piano de Mozart. Serví a mi padre hasta que lo traicioné: el día que vociferó por su comida caliente, serví aceite de ricino en la sopa. Más tarde, mientras dormía, habiendo pasado la diarrea, lo até a la cama. Despertó intentando gritar y escuchando sus gritos ensordecidos por la tela que separaba la boca y pegaba la lengua. Estaba vestido y con una cobija de franela encima. Comenzó a sudar. Y así lo ví deshidratarse.

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