martes, 27 de febrero de 2007

Las habitaciones del emperador

Miren ustedes, pasen por aquí, esta es la sala de recepción, donde el emperador asesinara aquella vez a su esposa. Sí, efectivamente, ha sido remodelada en su parte estructural, pero la ambientación ha permanecido casi intacta. Desde esta ventana, si ustedes pueden apreciar con detenimiento, podemos mirar a lo lejos el Océano. Dicen que el emperador se sentaba aquí todas las tardes a sentir su lejana brisa. Por este lado encontramos la escalera principal. Aquí rodó, a los pocos días de nacido, el infante primero. Ustedes recordarán que el emperador murió sin herencia: pues aquí fue donde inició el cataclismo de su poderío. Subamos la escaleras y podrán observar, por el lado derecho, la vidriera más famosa del palacio: policromado, con ascenciones de tonos hacia la parte superior, formas de figuras que representan la maternidad y arcos que concluyen en una convergencia puntiaguda. Miren la cúpula: esa cristalera ha sido reemplazada, evidentemente, ya que ustedes recordarán el cuerpo de quién la atravesó. Por aquí accesamos a la sala de armas, que han sido limpiadas por la servidumbre después de aquella mañana de invierno. Miren con detenimiento: ese lucerodelalba tiene aún algunos cabellos enredados en sus púas. Al fondo de la sala de armas podrán observar una colección de escudos. Todavía unos años atrás, esos escudos se encontraban manchados. Dicen que el emperador les contemplaba por horas, recordando. Dicen que suspiraba a veces. En la siguiente habitación encontramos la biblioteca. Algunos libros aún puede oler, si ustedes se acercan lo suficiente, a la humedad, el polvo, la gloria de la madera añeja que en aquellos siglos bien se resguardaba, lejos del sol y del viento. El emperador se sentaba en ese escritorio y leía eternas horas de poesía, cerraba los ojos, mientras una de sus cortesanas entraba con una veladora en la mano y cerraba la puerta. Si jalamos el quinto volúmen de la octava repisa de la pared principal podremos accesar a la alcoba interna. Observen el techo y tengan cuidado con la cabeza al entrar: tres etapas de la vida post-mortem se encuentran representadas en la bóveda de la habitación. Atiendan con detenimiento a las figuras semihumanas del fondo: sus genitales son un poco más grandes que el resto de las figuras. Ahora presten atención a la mujer que se encuentra en la parte inferior, casi al centro. Miren su pubis, miren atentamente. ¿Lo han notado? La cama ha sido desplazada varias veces pero se cree que ésta es la posición original. Antes solíamos exhibir la ropa de cama del emperador. Las sábanas han sido resguardadas y la rugosidad ha intentado ejemplificar el momento posterior al coito. En esa pared penden los diferentes instrumentos que utilizaba el operador para sus prácticas sexuales. Se dice que los cadáveres de las doncellas eran arrojados a través de esa compuerta que pueden ustedes observar en el suelo. Ahora, por esta puerta accesamos al pasillo interno principal, que nos conectará con la sala de música. Tengan cuidado de tocar las paredes: podrían mancharse de alguna viscosidad. Entren de uno por uno, por favor. Observen cómo la luz tiene distintos efectos en los muebles. El retrato del emperador y su esposa experimenta distintos matices según la hora del día. El piano ha sido dispuesto para un pequeño recital. Nos acompaña el señor Santangelo, quien nos deleitará el oído con una tersa pieza de la época, a la usanza del emperador en aquellas cálidas tardes de verano. Nuestra servidumbre les servirá té y galletas. Por favor, relajénse, siéntanse cómodos y bienvenidos, como en casa.

Hoy

Hoy, acercándome al vidrio, he encontrado un edificio nuevo en la ciudad. Hoy encendí el radio y había una nueva estación donde sólo han programado a Beethoven. Hoy mi mano derecha amaneció morada y casi no la sentía. Hoy tosí y escupí restos de un caracol que hace mucho no veía. Hoy me senté en una banqueta y pude oler finalmente el naranjo que está debajo de mi casa. Hoy prendí la televisión y ningún canal tenía señal. Hoy leí un libro que no tenía letras y escribí con una pluma que no tenía tinta.

domingo, 25 de febrero de 2007

La muerte de otros pájaros

No me gusta lo que siento cuando muere un pájaro. Es casi infernal. Casi tan infernal como las imágenes de los niños cayendo, uno a uno, hacia un río, justo antes de ser cadáveres. Los pájaros me conmocionan más. Lloro al ver uno muerto. Siento escalofríos. Sudo. No me gustar sentir todo esto cuando muere un pájaro, porque siento que mi muerte se acerca. No quiero morir. Cuando miro plumas de pájaros a la entrada de mi puerta, siento un presagio, siento que ronda un evento infortuito, un accidente. Por las noches, cuando escucho a los gatos merodeando, imagino que alguno de ellos habrá atrapado un pájaro por la tarde. No me gusta imaginar a un gato atrapando un pájaro, o al mismo pájaro estrellándose contra mi ventana, o un niño acertándole una pedrada al ojo de un pájaro. Cuando miro los árboles por la tarde y pienso en los niños con sus resorteras, tampoco me gusta, pero prefiero aventarlos al río que escuchar los alaridos de las pedradas, que es infernal, pero no tanto.