viernes, 23 de noviembre de 2007

Funeral

Desde las 6 AM el café borboteaba cayendo sobre el recipiente transparente. Apenas se había llenado cuando la mano, detallada en uñas de color rojo-carmín, extraía la jarra para servirse en un vaso blanco de unicel. Silvia estuvo a punto de estornudar antes de tomar del vaso pero no creyó que sería el Invierno la causa, ni el suéter en la cajuela del coche; acaso haber pasado la noche frente al ferétro de su padre, escuchando apenas el rumor de las otras salas funerarias, acurrucarse e intentar soñar, apenas con una frazada encima, ya sin detenerse a atender el silencio de su padre yaciente, muerto, sin importarle nada. Dejó el vaso en la mesa para frotarse la nariz con un kleenex sucio y tallarse los ojos con la mano derecha. Vibró la bolsa de su pantalón. Decidió no contestar, no a las 7 AM, no responder reclamos y dóndehasestados, no un día después en que tendría que explicar al resto de la familia el accidente, la pena, los trámites, el duelo, la ausencia de la madre y los hermanos, cuáles serían los horarios de misas y evitar explicar que no creía en ellas y así una lista de trámites legales que proceder. El celular siguió vibrando hasta cansarse. Escuchó un beep y pensó con alivio que la batería se agotaría pronto. Como su padre. Sintió lo mismo cuando por primera vez, no sabía creerlo, no podía estar él ahí muerto en esa sala. Retrocedió unos pasos, con el café en la mano. Un hombre por sí sólo no es capaz de morir, necesita de alguien más, una hija que no sepa hacer nada, una enfermera, un cura, un enterrador, alguien lo suficientemente estúpido para que tenga que cuidar al muerto durante toda una noche, para cuidar a alguien que ya no sirve para nada. Resopló enojada y volvió a la sala. El féretro seguía ahí. Ya habían llegado dos tías, María Luisa y Margarita, las más grandes, las que más canas tenían y que se descubrián lentamente quitándose los velos negros. El rumor de las pleñideras de la sala contigua comenzó con las palabras del sacerdote, que justo entraba en ese momento. Saludó a las tías de beso, ellas lloraron y ella suspiró para su interior. Se miraron entre sí y fueron a sentarse. Ella las siguió, sentada en el primer sillón, junto a la única entrada a la sala. Dos velas temblaban junto al ferétro y al sentarse las tías una de las velas se apagó. Silvia las miró un largo tiempo, buscando un recuerdo: ¿De quién eran hermanas? ¿De su padre? ¿De su madre? Las había visto, estaba segura que sí, incluso la fisonomía de la cara, esa nariz un tanto aguileña, los pómulos un poco alzados... intentado recordar detrás del velo qué color de ojos tendrían. Instintivamente se llevó las manos al rostro y trató de imaginarlo, buscando algún rasgo en común. Cerró los ojos y se adivinó. Al abrirlos miró a las tías que la miraban, en silencio. Les otorgó una fugaz sonrisa para después levantarse y salie. ¿Quiénes eran? Ahora que lo pensaba mejor, ¿no serían Norma y Trinidad? ¿O Lucha y María del Pilar? Casi no hay café, habrá que pedir más. Santa maría, madre de dios... ¿Por qué habrá tanta gente? Los muertos son más populares que los vivos. ¿Serán las hermanastras de mi tía Lucero? ¿O las primas de mi tía Esperanza? Llegaron entonces Norma y Trinidad, abrazándola, Silvia, mi chiquita, mi Chivis preciosa, pobrecita. Y las manos sobre las mejillas y las lágrimas en esas manos. Gracias tía Norma, gracias tía Trini. Sí por favor, pasen. Y esperó escuchar palabras de reconocimiento, Luchita, Pily, tanto tiempo... qué tristeza... Tras un suficiente silencio entendió que tampoco se conocían. ¿Serán las primas Eugenia y Josefina que se fuero hace tantos años? ¿Por qué ese señor se rasca la nariz? ¿Quién servirá más café? Su tío Toño y su esposa Jimena entraron. Un pequeño rayo de sol entraba por una de las ventanas de la fachada y había podido ver sus siluetas antes de cruzar. Silvita, querida, estamos contigo... mi pobre hermano. Hola, gracias, sí, aquí estuve la noche, sí el frío de Diciembre, ¿Navidad? No sabría... Gracias, son ustedes muy amables, gracias. Entraron. Tampoco escuchó el saludo hacia las dos desconocidas. Norma y Trinidad lloraron en el hombro de Toño. Lo supo porque no había en quién más llorar, era el hombro de la familia, el último hermano vivo. Y nada más. Ni siquiera un cuchicheo a las tías sospechosas. No quiso entrar más a la sala. Pancho y sus dos hijos pequeños llegaron, el abrazo fue tan emotivo que una de las viejitas de la sala contigua suspiró. El silencio crujía una y otra vez entre las palabras de aliento. Al mediodía ya había más de medio centenar de familiares, amigos y desconocidos, pero ninguna mención a las dos ancianas. La caravana al cementerio llevó unos minutos apenas y el sepelio no tardo más de 2 horas. Las recordó mientras las palas tiraban los últimos puños de tierra y por fin una lágrima le arañaba la mejilla. El sol de las cuatro de la tarde quemaba el pasto y los epitafios. Alzó la vista y se encontró nuevamente sola, con las ancianas acompañándola. Con cuidado les quitó los velos, las canicas de las hendiduras de los ojos, los torsos rellenos de hulespuma. El velador del panteón miró salir una mujer caminando con dos muñecas desarmadas en sus brazos antes de cerrar la puerta.

sábado, 10 de noviembre de 2007

ST

Me gustas a las cuatro a.m., cuando te imagino acostándote a dormir, con una pequeña luz cortando la limpia fotografía de tu cara, con crema o sin crema, cerrando los ojos, apenas abriéndolos, casi soñando, como queriendo cerrar el mundo con un bostezo. Me gustas cuando te imagino sonriendo, escuchando el rumor de tu habitación, entrando en las cobijas como en una cueva, dispuesta a soñar, si hay suerte y viento, los tulipanes que te tocarán el rostro mientras duermes.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Lo innecesario

En ocasiones podría ser un amanecer: hay días que no necesitan sol. Incluso hay días que no necesitan ser días, mejor sería pasar el calendario al día siguiente. Una taza de agua con azúcar. El chat al amanecer. Pensar en lo que jamás sucederá. Escribir pequeñitos poemas en servilletas que se irán en las bolsas del pantalón a la lavandería. Fumar un cigarro después del otro, olvidando el sabor del primero. Recordar lo que no se hizo. Mirar fotografías de gente que jamás conocerás. Abrir un libro para cerrarlo a la segunda página. Tener la esperanza de una vida depositada en el sueño de la noche anterior. Despertar de ese sueño. Sentarse sólo ante una sala de cine. Mirar películas de la época de oro. Pensar que puede cambiar. Bañarse con agua caliente. Comprar más de 2 paquetes de cigarros en un mismo día. Comprar un mapa de un país cuya distancia de recorrido es igual a la de la provincia donde uno vive. Reir sin compañía. Escribir blogs, casi siempre.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Tu nombre cOncavo

A vos

Tu nombre y después el mismo nombre cóncavo, como una pequeña cuna donde reposen mis brazos hacia arriba y mis palmas hacia abajo, como la espalda de las cosas que olvido y que tienen que ver con los besos que imagino nos esperan, como un par de espías de cuello alto y lentes oscuros mirándonos desde una esquina, par de tarados caminando en direcciones contrarias, esperando el uno al otro. Tu nombre y antes el tuyo, antes de conocerlo y encontrarlo como si fuera el mío, como si antes del aliento hubiera luz y antes de la luz tus ojos.